27 de Noviembre de 2024
 

Todo por unas risas: así perdió un famoso actor los dedos de una mano

A la par de Charles Chaplin y Buster Keaton, otro famoso actor haría literalmente lo que fuera por sacar unas risas

Agencias

México

La época del cine mudo fue también la edad dorada del cine cómico. Lo era por necesidad: al no tener diálogos, las escenas tenían que causar una impresión por sí mismas, solo con lo presentado en pantalla.

 

Así cobraron fama decenas de grandes actores, cuyo cartel ha caído más o menos en el olvido con el paso del tiempo, aunque existe cierto consenso en quiénes pueden ser considerados los mejores de esta época.

 

Si Charles Chaplin era el modelo a seguir, con su personaje simpático, inocente y ocurrente, inspirado en los clowns europeos, Buster Keaton era la contraparte impávida, a quien las situaciones más caóticas no lo hacían perder esa apariencia tan seria como cómica.

 

Entre ellos dos existe una tercera vía, mucho más arriesgada, que haría los stunts más peligrosos y, con ello, el cine aprendería que asumir riesgos absurdos puede producir cantidades absurdas de risas. Y esa vía era representada por Harold Lloyd.

 

Ocho dedos y todo el talento

Nacido en Nebraska e hijo de un inmigrante galés, se puede decir que fue la suerte la que impulsó la carrera de Harold Lloyd, pues un accidente que sufrió su padre, quien trabajaba en la fábrica de máquinas de coser Singer, provocó que se mudaran a San Diego, California.

 

Allí el joven Lloyd entró en contacto con el mundo del teatro y, posteriormente, con el del cine, donde el modelo cómico a seguir era Charles Chaplin. Sin embargo, a este nuevo actor no le convencía mucho el tono melodramático de Charlot, por lo que quiso innovar con un personaje en las antípodas del melancólico vagabundo.

 

Aunque carece de nombre formal, su personaje, conocido como Freshman o el Hombre de los lentes, se convirtió en toda una referencia de la clase media norteamericana. Ni muy alto ni muy fuerte, ni muy feo ni muy guapo, hacía gala de su talento para la acrobacia para conseguir sus objetivos.

 

 

Rápidamente, el personaje de Lloyd rivalizó en fama con el de Chaplin, siendo reverenciado sobre todo porque reflejaba una aspiración más americana y porque sus ya entonces peligrosos trucos mantenían a los cinéfilos al borde de las butacas.

 

Sin embargo, en 1919 sobrevino un fatal accidente: durante una sesión de fotos en las que tenía que simular prender una bomba de utilería con un habano, alguien cambió el explosivo por uno real, haciendo que Harold perdiera el dedo índice y pulgar  y quedara casi ciego.

 

El tesón del histrión hizo que en poco tiempo regresara a la pantalla grande, tomando aún más riesgos, sin importar su propia integridad física, todo con la casi enfermiza obsesión de hacer reír a la mayor cantidad de gente posible.

 

De la fama al olvido

La década de los 20 fue la de mayor éxito de Harold Lloyd. Cintas como Safety Last!, con la icónica escena del hombre mosca colgando del reloj, Marinero de agua dulce o Grandma’s boy, reafirmaron su condición de rey de la comedia.

 

Sin embargo, como sucedió con muchos cómicos de la era silente, la llegada del cine sonoro significó un obstáculo que no pudo librar del todo. Aunque hizo todavía un puñado de películas con diálogos, ninguna fue un éxito de taquilla.

 

Lloyd mismo fue el encargado de darle la puntilla a su carrera con una decisión polémica. A diferencia de otros actores, siempre estuvo consciente del valor de su obra, por lo que tenía todos los derechos sobre sus películas. Con la llegada de la televisión en los 50 y 60, muchos productores quisieron llevar sus grandes obras a la pantalla chica, algo a lo que el actor se negó rotundamente.

 

Con varias generaciones de cinéfilos que no conocían su obra, la carrera de Lloyd poco a poco se fue apagando. Al final, un cáncer de próstata acabaría con la vida del brillante cómico que rivalizó con los verdaderos reyes de la edad de oro del cine mudo.

Nota tomada del Heraldo de México


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