SOFÍA QUIÑONES/AVC NOTICIAS
XALAPA, VER.- Desde que era niña, a Carina A. le fue asignado un papel que muchas mujeres conocen demasiado bien: el de cuidadora. “Desde muy pequeña se me asignó el rol de cuidadora. Primero de mi abuela, sin que me lo preguntaran y sin yo saber siquiera qué significaba. Después lo elegí de forma profesional, como enfermera. Ahora soy cuidadora primaria de mi mamá, que tiene cáncer renal metastásico”, contó.
Este 25 de marzo, en el marco del día naranja, Carina de 30 años quien es enfermera con una maestría en epidemiología nos comparte su historia. Dice que su preparación no le evitó el peso emocional de cuidar a su madre, diagnosticada con cáncer de células renales paraneoplásico con metástasis pulmonar y cerebral. El vínculo profesional y familiar se entrelazó hasta confundirse.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a estas tareas. Este trabajo, muchas veces no remunerado, representa el 9% del PIB mundial, equivalente a 11 billones de dólares.
“Mi rol como cuidadora ha sido muy pesado. Me sentía atrapada entre mi madre y mi entorno: colegas, amigos, familiares. Todo lo que mis compañeros médicos me explicaban, tenía que traducírselo a ella. Luego venía el ‘¿tú qué piensas?’, y eso es durísimo porque, como cuidadora, sientes que te están pidiendo decidir por alguien más”, narra con voz serena.
Pero Carina sabía que su madre tenía autonomía. “Tocó sensibilizar a mi mamá: que ella podía decidir y que su decisión debía respetarse. Lo difícil era que, al voltear hacia mis colegas, muchas veces escuchaba: ‘¿Y no vas a hacer más?’ ‘¿Y no va a querer otro tratamiento?’. Y eso… no debería cuestionarse”.
La experiencia del cuidado ha cobrado una factura alta en la vida de Carina. Reconoce síntomas físicos y emocionales: falta de apetito, ansiedad, pérdida de peso, onicofagia y distimia. “Aunque pasaba fácil 12 horas diarias en el hospital, había mil pendientes administrativos. Y soy hija única”.
A ello se sumaron duelos no reconocidos: la pérdida de su vida como la conocía. “Dejé mi casa, mi trabajo, mi mascota. Regresar a la casa de mis abuelos, donde vivo ahora, me llena de nostalgia. Ver a Ron, mi perrito, mi cuarto, mi estudio… Es duro porque realmente se dejó una vida”.
Aun con el desgaste, Carina destaca la importancia de una red de apoyo. “Mi familia es mi refugio. También mis amigos, mi familia elegida, quienes se quedaron remando conmigo. Algunos compañeros de trabajo y mi tanatóloga han sido clave para sostenerme”.
Sin embargo, el síndrome de desgaste del cuidador la ha llevado a contemplar la posibilidad de pedir ayuda externa. “Sí, sí pensé en contratar a alguien. Cuando se lo dije a mi mamá, al principio lo rechazó. Viene de otra generación, no está acostumbrada. Pero estoy consciente de que llegará el momento en que necesitaremos ayuda nuevamente”.
UN TRABAJO INVISIBLE PERO VITAL
De acuerdo con la Alianza Global por los Cuidados, el trabajo de cuidados comprende todas las actividades destinadas a garantizar el bienestar y desarrollo de las personas: desde la alimentación y la limpieza, hasta la salud y el acompañamiento emocional. Se divide en cuidados directos (como bañar o alimentar) e indirectos (cómo limpiar o gestionar citas médicas).
Las normas de género siguen reforzando la idea de que cuidar es tarea de las mujeres, lo cual limita su acceso al trabajo formal, la educación y el autocuidado. La falta de valoración social del trabajo de cuidados contribuye a su precarización y al escaso acceso a seguridad social para quienes lo ejercen.