Tlacotalpan, Ver.- Este mediodía, la Perla del Papaloapan se vistió de rojo para vivir la adrenalina que llegó en balsas desde el otro lado del Río de las Mariposas. La ciudad vivió el día de los toros en la Fiesta de La Candelaria.
Fueron seis ejemplares de más de 400 kilos que viajaron por el ancho caudal para ser liberados en el improvisado muelle de El almendro, un punto de reunión social, embarque y desembarque de personas y mercancías.
Con hojas rojizas que indican la frescura invernal de la cuenca, este árbol ha sido testigo estoico de todo tipo de historias, desde las más románticas hasta las más dramáticas.
Los toros, custodiados, llegaron y se internaron entre la ola de aplausos y ante una marea roja de camisetas con la leyenda Yo cuido al toro, una premisa que ha ganado terreno rápidamente para evitar la crueldad con los animales.
Pezuñas en tierra comenzaron su recorrido; jóvenes arriesgados se cruzaron en su camino y mujeres con el rostro rezumando adrenalina también gritaban a su paso, mientras que elementos de la Policía Montada, expertos en manejo de ganado, y personal de Protección Civil, resguardaron la seguridad de los rumiantes.
Sol, mucho sol. Un termómetro que estiró el índice hasta los 31 grados centígrados puso en jaque la resistencia humana ante la repentina carrera, al grito de ‘ahí viene el toro’. Fotos, videos, arrincones con prendas intempestivas, medias vueltas y de nuevo los cuernos enfrente de los valientes, acalorados pero muy entusiasmados.
Una corpulencia descomunal, con cientos de kilos de fuerza y empuje… el animal bufaba y arremetía contra una mancha rojiza que se ondeaba ante sus ojos. El Centro Histórico de Tlacotalpan sintió el retumbar de las pezuñas, un tableteo pesado y veloz al mismo tiempo, como si los toros también quisiera zapatear un son.
Los comercios y casas lucen protegidos con trancas de madera, yagua o metal, o el material con el que se disponga para mantener a buen resguardo el patrimonio material, de una eventual embestida taurina.
Cientos de personas corriendo, gritando, haciendo fintas con camiseta en mano, sombreros con cuernos —afortunadamente de fieltro—, lentes oscuros, bebidas, blusas recortadas o recogidas en nudo a la mitad del ombligo, shorts cortísimos, camisetas sin mangas, brazos con tatuajes y sudor… la imagen del día.
La calle Juan de la Luz Enríquez recibió un inesperado visitante: un cebú que corrió hasta llegar al colorido vecindario al pie del río, causando la excitación y sorpresa de los vecinos. Finalmente se echó apaciblemente debajo de un tejado y cerca de almendros adolescentes; nadie lo movió, nadie fue capaz de encenderle el ánimo de dirigirse a algún lugar… allí permaneció muy tranquilo, respirando despacio y profundo.