16 de Diciembre de 2025
 

Cop 30, el consenso climático se esfuma

 

 

 

  • A 10 años del Acuerdo de París, se ve la ausencia de los líderes mundiales, como el estadounidense Donald Trump o el chino Xi Jinping, además se hacen a un lado los filántropos y exactivistas, como Bill Gates

 

EL UNIVERSAL/ Solange Márquez

 

CDMX.- Diez años. Apenas una década separa el éxtasis de París de la desolación de Belém do Pará en Brasil. En diciembre de 2015, bajo las luces de la Torre Eiffel, más de 150 jefes de Estado y de Gobierno se congregaron en un ritual de esperanza colectiva: el Acuerdo de París, consenso casi perfecto: 196 países y entidades comprometidos a limitar el calentamiento global a 1.5°C, con promesas de fondos verdes por 100 mil millones de dólares anuales y planes nacionales de reducción de emisiones.

Figuras como Barack Obama, Angela Merkel y Xi Jinping estuvieron allí presentes, sellando un pacto que parecía el fin de las divisiones Norte-Sur. La prensa lo cubrió como un triunfo diplomático, con discursos que hablaban de “unidad histórica” y “responsabilidad compartida” con un sector privado que se apuntaba a transformarse también. Bill Gates, Elon Musk, presentes también, lanzaban la Coalición para la Innovación Energética (Breakthrough Energy Coalition), iniciativa que reunió a 28 filántropos y empresas para invertir en soluciones climáticas innovadoras.

Ahora, en la humedad de la Amazonía brasileña, el panorama fue otro. Apenas 57 jefes de Estado y de Gobierno atendieron la Cumbre de líderes del 6 al 7 de noviembre, un número que habla de desinterés y fatiga. Ausencias notables como la de Donald Trump, Narendra Modi y Xi Jinping, responsables de más de la mitad de las emisiones mundiales, que enviaron delegados en lugar de acudir en persona; o incluso México, cuya presidenta Claudia Sheinbaum excusándose en una visita de Emmanuel Macron a Ciudad de México, mientras el francés sí desfiló por Belém. Esto no es sólo logística; es un síntoma de cómo el cambio climático ha pasado de prioridad global a molestia secundaria.

Lo peor es que esta apatía llega en el peor momento posible. Desde 2015, los eventos climáticos extremos no han disminuido; al contrario, han aumentado en frecuencia, intensidad e impacto económico, como lo demuestran datos del IPCC y bases como EM-DAT y NOAA. Las sequías, por ejemplo, han crecido hasta 40% en frecuencia global, con episodios más prolongados que devastan regiones enteras. En África oriental, la megasequía de 2020-2024 —la peor en cuatro décadas— ha afectado a 20 millones de personas, con Somalia al borde de la hambruna y conflictos en Etiopía agravados por la escasez de agua. En Siria, la sequía crónica desde 2015 ha impulsado migraciones masivas: 7 millones de desplazados, muchos huyendo hacia Europa, donde el clima se suma a las tensiones políticas y migratorias.

En áreas forestales y boreales, los incendios han quemado más del doble de cobertura arbórea que hace 20 años a nivel mundial, con temporadas que se extienden más allá de lo normal. En California, desde 2015 se han registrado más de 15 megaincendios. Sólo el de 2024, conocido como el Park fire, consumió alrededor de 173 mil 800 hectáreas y obligando a evacuaciones masivas en Los Ángeles. Canadá, en 2023-2024, perdió alrededor de 20 millones de hectáreas, con humo que llegó hasta Europa. Y el Viejo Continente por su parte registró más de 400 mil hectáreas quemadas en 2024 y en 2025, España sola superó las 400 mil para un total de alrededor de un millón en toda la Unión Europea.

Los huracanes han ganado 10%-20% en precipitaciones, debido a océanos más cálidos que retienen más vapor de agua lo que aumenta la energía disponible, intensificando vientos y precipitaciones. Las inundaciones son el desastre natural más reportado (alrededor de 40%), derivado de lluvias más extremas que convierten ríos en tsunamis. Las proyecciones indican que para 2070, podríamos tener hasta 40% más inundaciones por lluvias. Paquistán vio un tercio de su territorio bajo agua en 2022-2023.

La ausencia de los líderes mundiales huele a rendición. El consenso logrado hace 10 años parece resquebrajarse hoy. No sólo en los gobiernos, sino también en los círculos que una vez lo impulsaron: filántropos y exactivistas que ahora priorizan cálculos fríos sobre alertas urgentes.

Bill Gates es el ejemplo más revelador. Hasta 2024, el fundador de Microsoft había invertido más de 2 mil millones de dólares en energías renovables y captación de carbono, advirtiendo en sus libros y en foros globales sobre catástrofes inminentes y migraciones masivas si no se actuaba. En octubre de 2025, apenas un mes después de una cena estratégica en la Casa Blanca —donde Trump reunió a 33 CEOs de Silicon Valley, incluyendo a Mark Zuckerberg (Meta), Tim Cook (Apple) y Sam Altman, para discutir IA y políticas económicas— Gates publicó un artículo donde, con la frialdad de quien ha abandonado el activismo, rebajó la apuesta: el cambio climático es “grave”, pero no “destruirá la civilización”; debe tratarse “en proporción” a problemas como la pobreza o las enfermedades, y aseguraba que el “alarmismo” distrae de innovaciones reales. Vale decir que recibió el aplauso de Trump que en un post en su red social aseguró haber ganado la guerra contra el “engaño del cambio climático” y que Gates “finalmente admitió que estaba completamente equivocado”.

El funcionamiento de la Fundación Gates depende en parte de USAID, la agencia que Trump ha prácticamente pulverizado. Suavizar el tono sobre el cambio climático podría ser el costo para no seguir tensando la cuerda con Washington y asegurar acuerdos en inteligencia artificial y energía nuclear (para data center de IA), valorados en 3 mil millones de dólares. La causa sacrificada por el pragmatismo, especialmente porque su texto aterrizó justo antes de la reunión en Belém.

Otros como Michael Shellenberger y Patrick Moore reviven tácticas para restar importancia al cambio climático. Shellenberger, ex-Greenpeace, critica el “alarmismo” como un distractor de la innovación nuclear, argumentando en 2025 que el “miedo exagerado al cambio climático” perjudica el progreso humano. Moore, cofundador de la misma Greenpeace, va más lejos: llama al CO2 “fertilizante verde” y al IPCC “seudociencia”, alineado con think tanks como el American Enterprise Institute (AEI), financiado, entre otros, por Exxon, que en noviembre de 2025 podría haber revivido la oferta de 2007: 10 mil dólares por ensayos que cuestionen el consenso científico del IPCC. Es el mismo manual que hundió el Protocolo de Kioto: comprar duda y sembrar escepticismo a favor de los combustibles fósiles.

Así, la Cumbre de Líderes de la COP30, con sus apenas 57 jefes de Estado y de Gobierno, dejó migajas. Brasil lanzó el Tropical Forest Forever Facility, un fondo para selvas con 5 mil 500 millones iniciales —Noruega 3 mil millones, Francia 500 millones— con el objetivo de llegar a 125 mil millones. Se reafirmó el compromiso de mantener el 1.5°C, urgiendo a picos inmediatos de emisiones, y localmente brillaron voces subnacionales: 14 mil ciudades prometieron acción pese a las ausencias federales y se impulsaron fondos para los pequeños Estados insulares. Así que no todo podría estar perdido. Belém no tendrá fanfarrias como París, pero aún quedan las reuniones técnicas y esto terminará hasta el 21 de noviembre. Otras cumbres han logrado avances en lo técnico aun sin el espectáculo de anuncios grandilocuentes. Pronto lo sabremos.

Sin embargo, los no-logros no pueden ocultarse. Sin Trump, Modi o Xi —los titanes de las emisiones—, las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC), actualizadas llegan tibias, sólo 10% reducción para 2035, contra 60% que se necesita y brechas que proyectan 2.8°C de calentamiento. La UE debilita su meta a 90% de recortes para 2040. Y mientras Keir Starmer, primer ministro del Reino Unido, lamenta el consenso roto, los discursos en Belém se cargan de política y reproches. Gustavo Petro, presidente de Colombia, ataca a Trump; Gabriel Boric, presidente de Chile, rechaza el negacionismo y Lula reitera el compromiso de cero deforestación para 2030, aunque sus tasas subieron en 2024.

Por lo pronto, el aire cargado de la Amazonía huele a fatiga, a cumbres que se repiten como un disco rayado y promesas que se rompen sin un ápice de remordimiento. Las decenas de ausentes no son casualidad; son síntomas de un mundo exhausto, donde el cambio climático compite con los miles de millones del lobby de la industria fósil, con guerras, elecciones y bolsillos vacíos.

¿Qué queda de aquel sueño parisino? Un eco hueco, un consenso que se desvanece como el humo de un incendio forestal.


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