Sin tacto
Por Sergio González Levet
Baches, taxonomía y filogenia
Recuerdo mis clases de geografía de cuarto año de primaria así como lo que dice respecto de “isla” el diccionario de la Real Academia Española (“Porción de tierra rodeada de agua por todas partes” —yo diría que por todas partes menos por una, ¡la de arriba!) y ensayo entonces una definición del término:
Bache.
(Etim. Disc.) (Eso quiere decir que la etimología de la palabra está apenas en discusión de parte de los académicos y que en algún momento de la historia próxima o no tanto nos darán a conocer su conclusión sobre este caso).
m. Porción de asfalto rodeada de hoyo por todas partes (¿menos por una?). En ciertas ciudades del mundo se han desarrollado enormemente, sobre todo en la mexicana Xalapa, capital del estado oriental de Veracruz en ese país, en donde se ha llegado a decir que hay registrado un número enorme de especímenes: 400 mil.
Todo hace indicar que los baches surgen por generación espontánea, como pensaban los biólogos que sucedía con la vida animal antes de que se inventara el microscopio y con él se descubrieran las moléculas, las bacterias, los virus y la enorme vida minúscula que pulula en nuestro universo. Sin embargo, un eminente investigador de la Facultad de Ingeniería de nuestra máxima casa de estudios piensa que en toda calle y en toda carretera los baches ya existen en calidad de expectativa, y por eso es que pueden aparecer sin necesidad de algún detonante externo como lluvia, desagüe o asentamiento del terreno.
Baches hay de todos tamaños, colores y sabores. Y por su perfil adoptan formas, digamos, geográficas, como de países o estados: en Rébsamen hay uno que repite las fronteras de Uruguay; en la entrada de Las Ánimas permanece otro que es idéntico al estado de Morelos, y me cuentan que en una calle aledaña a Américas hay uno igualito a la bota italiana, muy bonito pero letal, porque como es angosto aprisiona la llanta que cae en él y la deja del nabo por ambas caras.
En cuanto a su extensión, pueden ser desde imperceptibles hasta verdaderas moles que rebasan los límites de la calle o el camino. Pero lo realmente peliagudo es su profundidad, desde los que dibujan “perfiles suaves de pecho de mujer” hasta los que están convertidos en formidables obstáculos, agujeros pavorosos, simas insalvables de los que no salen incólumes ni las llantas ni las suspensiones de los vehículos, y menos las columnas vertebrales de los pasajeros y conductores que pasen por ellos.
Cierto, hay unos baches que no son propiamente dichos pero cumplen la misma función de echar a perder el camino y la vida a los choferes. Me refiero a las coladeras mal puestas, a los tragatormentas con los tubos o rieles salidos de madre, a los enrejados que insisten en sobresalir del lugar adecuado en que alguna vez fueron puestos.
Y bueno, también en Xalapa florecen baches únicos y excepcionales: los que están sembrados de rosas y claveles.
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