22 de Noviembre de 2024
 

Opinión / Problemas de (algunas) pruebas genéticas y de la ciencia / Arnoldo Kraus

 

La bomba de Hiroshima, la falta de códigos éticos cuando se realizan investigaciones médicas en países pobres, la triste experiencia del estudio de la sífilis en la comunidad negra de Tuskegee, Alabama, la extracción de órganos a prisioneros chinos, las pruebas nucleares francesas en Mururoa, entre muchos avatares, ejemplifican el mal uso de la ciencia. Se habla con frecuencia acerca de la neutralidad de la ciencia, idea veraz, aunque, Perogrullo dixit no del todo: los humanos que la diseñan distan mucho de ser neutrales, sin obviar el crecimiento imparable de la tecnología y de la ciencia, cuyas herramientas permiten experimentar cada vez más, en ocasiones, sin coto y sin fines “lógicos”. Ética y eticistas (casi)siempre pierden ante el avance de la ciencia mal usada. Las pruebas genéticas, creadas para servir a la humanidad, pueden convertirse en un Frankenstein médico.

Lo saben los diversos Frankenstein’s que conviven entre nosotros y lo saben, aunque intenten desdeñarlo, algunos investigadores médicos, sin olvidar el nauseabundo crecimiento, inter alia, de la industria militar, de exámenes médicos no siempre útiles ni necesarios. Las pruebas genéticas, sabias y maravillosas, tienen, también, otra(s) cara(s).

Su sabiduría y beneficio lo viven los padres con bebés víctimas de enfermedades hematológicas, dolorosas y mortales. La fortuna de procrear un bebé sano, “a la carta”, para utilizar su médula ósea y salvar al hermano y menguar la tragedia de la familia es una de las grandes maravillas de la ingeniería genética. En cambio, la posibilidad de que patrones, aseguradoras y abogados contratados para que otras personas conozcan el perfil del empleado o del enfermo es uno de los grandes retos de las pruebas genéticas utilizadas en forma inadecuada. Lo mismo sucede con los exámenes elaborados para diagnosticar, en hijos de pacientes con enfermedad de Alzheimer, la eventualidad de desarrollar dicha patología. Mientras no exista tratamiento o prevención, ¿tiene sentido agobiarse?, ¿sirve “de algo” saberlo? Hay quienes proponen una vida sana para evitar el deterioro intelectual. Por ahora, esa hipótesis, en demencias seniles, no ha comprobado ser eficaz.

La experiencia no miente: La ética, con frecuencia, tarda en contestar los dilemas provenientes de avances biotecnológicos. La mayoría de las veces pierde. Destaco algunos posibles conflictos emanados del divorcio entre pruebas genéticas y ética y resumo algunas ideas ya expresadas:

Cuando se conoce el genoma de una persona, la privacidad se pierde. Manipular el genoma a favor de sectores económicamente pudientes aumentará la brecha económica entre quienes pueden acceder a ellas, y quienes no cuentan con recursos.

Empleadores y seguros médicos pueden violar la confidencialidad a su favor y con ello despedir al empleado, no renovar el contrato, o incrementar el costo del seguro. Muchas pruebas predicen enfermedades para las cuales, en la actualidad, no hay nada que hacer.

Posible discriminación genética. Patentar el genoma humano es un grave peligro. Algunas empresas privadas se alejan de principios éticos fundamentales. La positividad de pruebas genéticas no siempre predice con exactitud los riesgos de contraer enfermedades.

Concluyo: la tecnología genética debe aplicarse para mejorar la calidad de vida y la salud de las personas y no para el aprovechamiento de empleadores, aseguradoras o grandes corporaciones. El reto de la ética médica radica en caminar en forma paralela a los avances técnicos y exigir que los científicos respondan a los posibles dilemas éticos emanados de su investigación.



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