Donald Trump lo ha vuelto a hacer en una de las elecciones más polarizadas y tensas de la historia reciente del mundo moderno y es que el controvertido magnate ha regresado a la Casa Blanca, reclamando la presidencia con una victoria contundente ante Kamala Harris, quien apenas tuvo tiempo para asumir su candidatura tras el accidentado retiro de la contienda de Joe Biden.
Trump regresa a la Casa Blanca, con una mochila cargada de demandas, polémicas y problemas sociales, ya que enfrenta cuatro casos criminales, un cúmulo de problemas legales y una relación tensa con ciertos sectores de la ciudadanía (especialmente los más progresistas). A pesar de todo logró canalizar un mensaje poderoso, una retórica implacable que muchos sintieron como una promesa de "recuperar" el país que creen haber perdido.
La campaña de Harris, que confiaba en el legado, casi inexistente, de Joe Biden y en una moderada promesa de cambio, nunca logró conectar con las inquietudes más profundas de los votantes. Tal como Hillary Clinton en 2016, Harris no pudo capitalizar las preocupaciones de una clase media y trabajadora que ve con ansiedad el ascenso de los precios, la incertidumbre económica y una sensación de descontrol en la frontera.
Mientras Harris apostaba por la estabilidad y la continuidad sin distanciarse de un muy criticado Biden, Trump se posiciona como el candidato del cambio radical, prometiendo una solución a lo que él mismo describe como una "invasión" migrante y anunciando la deportación masiva de indocumentados. Harris además confió y pensó que el electorado joven iba a estar automática y mágicamente de su lado, cuando en realidad nunca tomó partido en temas que para la juventud norteamericana son fundamentales: tales como el conflicto en Gaza y el Aborto.
Por otro lado Trump, le habló a un sector de la población que se sentía abandonado y sin representación, y esos votos fueron los que le dieron la victoria.
Este proceso electoral nos deja una lección que los demócratas deberían haber aprendido desde hace tiempo: en un país tan diverso, no existe "UN voto de minorías". Por ejemplo “El voto latino” el cual no existe como un gran bloque, hoy existen “votos latinos”. Trump, en este caso, supo explotar las divisiones y matices dentro de esta comunidad, entendiendo que no todos los votantes latinos se sienten identificados con el mismo tipo de política o discurso. Mientras Harris y los demócratas confiaron en una visión unificada de este sector.
Quizá uno de los errores más grandes de los demócratas fue haber optado por Biden en primer lugar, ya que el presidente nunca tuvo ese "ángel" que tanto se necesita en el juego político de hoy. Su perfil, moderado y sin grandes sobresaltos, contrastaba enormemente con la personalidad avasalladora de Trump. Harris, por otro lado, parecía confiar en su perfil amigable, una actitud "buenaondita" que en los últimos meses de campaña no fue suficiente para conquistar a una base de votantes ansiosa por un cambio tangible.
La campaña demócrata no logró articular un mensaje claro de esperanza y cambio social, y ahí los republicanos tomaron ventaja, ocupando el espacio con un discurso que, aunque divisivo, retumbó profundamente en quienes se sienten excluidos del sueño americano.
Trump ha prometido, entre otras cosas, el endurecimiento de las políticas migratorias, el escepticismo hacia las alianzas globales, discursos en contra del cambio climático y la eterna promesa de una economía revitalizada. Su discurso, lleno de referencias a la "grandeza" y "poder" de Estados Unidos, resuena con una nostalgia peculiar, un llamado a recuperar una versión del país que muchos creen haber perdido.
La polarización en Estados Unidos es tan marcada que resulta difícil prever cómo se manejarán las crisis venideras o qué papel jugará Estados Unidos en el escenario global. Muchos temen que este regreso solo profundice las divisiones, mientras otros aplauden con fervor el regreso de un líder que consideran "auténtico" y "sin filtros", provocando que líderes en el mundo volteen para copiarle la estrategia a Trump.
Frente a las proyecciones fatalistas de cientos de analistas ante el triunfo de Trump, es inevitable no preguntarse ¿Será este el final de la democracia como la conocemos? Tal vez no, a pesar del retorno de Trump y el temor que eso puede despertar en muchos el mundo no se acaba aquí.