30 de Julio de 2025
 

OPINIÓN / DESAFÍOS / RICARDO MONREAL

 

 

Entre todas las historias que hablan de esfuerzo y de adversidad, pocas resultan tan evocadoras como el mito de Sísifo, quien, condenado a empujar una roca colina arriba, una y otra vez, solo para verla rodar al fondo nuevamente, encarna la lucha interminable y el peso del deber. Esa imagen también nos recuerda la grandeza del compromiso diario: cada empujón, por más repetitivo que pueda parecer, adquiere sentido cuando está guiado por la convicción y por un propósito.

En la arena política, y en especial dentro de los movimientos progresistas, existe algo de esa condena y esa dignidad sisífica. No basta con alcanzar el poder: gobernar implica renovar constantemente la legitimidad, resistir el desgaste interno y mantener viva la conexión con el pueblo. Se trata de un trabajo cotidiano que exige integridad, cohesión y una visión clara de lo que se busca transformar.

Esa piedra que se empuja día con día también puede representar la responsabilidad de sostener una causa colectiva. Y en un movimiento como Morena, dicha tarea implica organizar, escuchar, corregir y volver a empezar tantas veces como sea necesario.

La transformación no se consuma en el instante del triunfo electoral, sino que requiere constancia, vigilancia y renovación permanente, porque lo que se construye desde abajo, con el pueblo, solo se mantiene vivo si existe la voluntad de seguir empujando juntos, sin perder el rumbo ni olvidar por qué se lucha.

En México, Morena nació en 2011 como un gran movimiento social y político encabezado por Andrés Manuel López Obrador. En 2014 obtuvo su registro como partido, y en apenas una década consiguió lo que parecía impensable: desplazar al viejo régimen neoliberal, ganar la Presidencia en 2018, alcanzar mayorías legislativas, gobernar en 23 de las 32 entidades y mantener la primera magistratura con Claudia Sheinbaum en 2024.

Morena logró convertirse en la fuerza política más importante en la historia reciente de México. Sin embargo, a mayor magnitud, más complejos los desafíos, uno de los cuales —y quizá el más importante— no es externo, sino interno, porque mantener la unidad en un movimiento tan amplio, diverso y en constante expansión requiere madurez política, coherencia ética y compromiso con el pueblo.

Por ello, el pasado 20 de julio, durante su reunión de Consejo Nacional, Morena aprobó cuatro medidas: fortalecer la organización territorial, mediante más de 71 mil comités seccionales; lanzar un plan municipalista que capacite a los gobiernos locales; instalar una comisión evaluadora que filtre y regule nuevas incorporaciones al partido, y reactivar el Consejo Consultivo Nacional, para nutrir el debate con voces plurales.

A lo largo de esta sesión también se escucharon diversos llamados a la unidad y, al mismo tiempo, advertencias contra el fuego amigo. Esto no es asunto menor, sobre todo porque llega en un momento complejo, en el que nuestro movimiento enfrenta quejas y tensiones internas por diversas causas, entre otras, las aspiraciones adelantadas rumbo al proceso electoral de 2027.

De ahí que el desafío que enfrenta Morena no sea ni la oposición ni una ciudadanía que le haya dado la espalda, sino el desgaste que puede haber al interior, así como el eventual distanciamiento de los principios básicos que le dieron origen como movimiento. Morena nació como un instrumento del pueblo, y dejar que se desvíe de ese camino implicaría traicionar el mandato histórico que recibimos.

Nos toca, tanto a quienes hemos estado desde el inicio como a toda la militancia, hacer un ejercicio profundo de autocrítica, con la finalidad de fortalecernos y fortalecer al movimiento. Estamos muy a tiempo de corregir, de consolidar y profundizar. Pero para eso se requiere madurez, voluntad política, convicción ideológica y compromiso real con el pueblo.

Es innegable que Morena ha demostrado que sí se puede gobernar con honestidad, que sí se puede reducir la pobreza, que sí se puede alcanzar la justicia social. Pero todo eso puede debilitarse si gana la desmemoria. La historia es clara al respecto: los movimientos progresistas que se olvidan de sus principios terminan siendo devorados por sus propias contradicciones.

En plena construcción del Segundo Piso de la Cuarta Transformación, Morena debe seguir siendo una fuerza ética, transformadora y profundamente popular. Es imprescindible mantener la unidad y la altura de miras, para aprovechar el tiempo en lo que verdaderamente importa, que es seguir representando la lucha del pueblo por una nación más justa.

Sí, los desafíos son muchos, pero nuestra voluntad de transformación es más fuerte. Porque, como escribió Albert Camus, también podemos imaginar a Sísifo feliz, sobre todo cuando la roca que se empuja representa causas justas, porque es cuando hasta el esfuerzo más arduo se transforma en sentido, en dignidad y, finalmente, en una forma profunda de alegría colectiva.



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