
Por Carlos Fabre Platas
Durante décadas, la migración ha sido el espejo más nítido de la desigualdad. Cada ola migratoria ha reflejado los desequilibrios estructurales entre el norte y el sur: ingreso, seguridad, acceso a oportunidades, futuro. Hoy, sin embargo, la movilidad humana adopta nuevas formas. Ya no son solo cuerpos los que cruzan fronteras, sino talento, conocimiento y capacidades que viajan por la red. Lo que antes se traducía en remesas, hoy se mide en horas conectadas y transferencias digitales.
El fenómeno tiene nombre: nearshoring y e-migración. Ambos conceptos —la relocalización de cadenas productivas y el trabajo remoto global— se presentan como paradigmas del nuevo desarrollo. Pero bajo su aparente modernidad se esconde una tensión más profunda: ¿estamos ante una democratización del trabajo o ante una nueva versión de la dependencia global?
- De la migración física a la digital
El nearshoring se celebra como una estrategia “ganar-ganar”: las empresas reducen costos logísticos, los países receptores atraen inversión y los trabajadores consiguen empleo. Sin embargo, la ecuación no siempre es tan equilibrada. En muchos casos, el sur vuelve a ofrecer lo mismo que históricamente ha ofrecido: mano de obra más barata, estabilidad relativa y cercanía geográfica, sin acceder al valor agregado de la innovación.
La llamada e-migración, por su parte, parece romper el paradigma clásico de la migración. Millones de profesionales latinoamericanos trabajan hoy para corporaciones de Estados Unidos o Europa sin salir de sus ciudades. Son parte de la economía global, pero desde la periferia digital. La promesa de libertad laboral y movilidad ascendente es real para algunos, pero el modelo plantea preguntas incómodas: ¿a quién pertenece el valor creado? ¿quién recauda los impuestos? ¿dónde queda la propiedad intelectual generada por ese talento?
La diferencia con el pasado es solo de forma. Antes el trabajador emigraba físicamente y enviaba remesas; ahora, exporta su conocimiento sin moverse. En ambos casos, el beneficio estructural se concentra fuera de su país.
- Estados Unidos y el control por proximidad
En la antesala de la renegociación del T-MEC, el nearshoring adquiere una dimensión estratégica. Washington busca reducir su dependencia de Asia, asegurar sus cadenas de suministro y contener la migración irregular. El discurso es el de la integración económica, pero el trasfondo es el control.
Reubicar la producción en México, Colombia o Brasil no solo disminuye costos: fortalece la esfera de influencia estadounidense en la región. En los hechos, el nearshoring es tanto una política económica como una herramienta geopolítica. La lógica es clara: si la frontera no puede cerrarse a las personas, al menos que se abra para las mercancías y los datos, bajo condiciones reguladas por el norte.
De este modo, América Latina no es invitada a competir, sino a complementar. Su papel no es innovar autónomamente, sino ensamblar, procesar, ejecutar. En lugar de exportar manufactura, ahora exporta servicios digitales, talento e innovación tercerizada.
- Las cifras del fenómeno
Los números, por sí solos, parecen promisorios. Entre 2020 y 2023, el número de profesionales sudamericanos que trabajaron de forma remota para empresas norteamericanas creció un 70%. Gigantes como Google, Salesforce o Adobe han trasladado proyectos a equipos latinoamericanos, atraídos por la calidad técnica, la afinidad cultural y la proximidad horaria.
El Banco Interamericano de Desarrollo calcula que el nearshoring podría aumentar las exportaciones anuales de la región en 78 mil millones de dólares. A primera vista, es una oportunidad histórica. Pero las cifras macroeconómicas suelen esconder los detalles micro: ¿qué parte de esa riqueza se queda realmente en los países donde se genera? ¿cuánto se traduce en infraestructura, formación y desarrollo local?
Una encuesta de Deel señala que los ingenieros de software en países en desarrollo ganan 28% más cuando trabajan para empresas internacionales. Sin embargo, la mayoría de ellos lo hace como contratistas independientes, sin seguridad social ni beneficios fiscales. En otras palabras: el ingreso mejora, pero la precariedad permanece.
- La paradoja del talento exportado
Latinoamérica está exportando cerebros sin perderlos físicamente. Pero sigue sin capturar el valor de su propio talento. En la economía digital, el capital humano se convierte en el nuevo recurso extractivo: el conocimiento fluye hacia el norte, donde se convierte en innovación, propiedad intelectual y rentabilidad corporativa.
El programador que desde Guadalajara trabaja para una empresa de Silicon Valley no aparece en las estadísticas de empleo estadounidense, pero contribuye a su productividad. En cambio, en México su trabajo apenas se registra como ingreso individual. La economía nacional pierde la oportunidad de capitalizar ese esfuerzo en términos de impuestos, transferencia tecnológica o desarrollo de ecosistemas locales.
Esta “fuga digital de cerebros” es más sutil que la migración tradicional, pero igual de significativa. La diferencia es que ahora la dependencia se mide en gigabytes.
- México ante el dilema del desarrollo
Por ubicación y tamaño, México es el epicentro natural del nearshoring. La frontera con Estados Unidos, su infraestructura manufacturera y su capital humano calificado le dan una ventaja comparativa que pocos países tienen. Pero esa ventaja puede ser también una trampa si no se convierte en una estrategia de desarrollo integral.
El riesgo es reproducir el modelo maquilador del siglo XX, ahora en versión tecnológica. En lugar de ensamblar autopartes, se ensamblan códigos; en vez de importar maquinaria, se importan plataformas. Si no se invierte en investigación, educación técnica avanzada y fortalecimiento institucional, el país podría seguir ocupando el mismo lugar en la cadena global: proveedor eficiente, pero dependiente.
Para que el nearshoring sea realmente una palanca de desarrollo, México necesita políticas que retengan el valor generado por sus trabajadores: incentivos fiscales a empresas locales, programas de capacitación de alta especialización, y marcos legales que protejan la propiedad intelectual creada en territorio nacional.
En otras palabras, debe pasar del nearshoring al knowledge-shoring: de la proximidad física a la soberanía del conocimiento.
- La región ante la soberanía tecnológica
América Latina enfrenta un desafío mayor: su soberanía tecnológica. En un mundo donde la inteligencia artificial, la automatización y la ciencia de datos definen la competitividad, depender del conocimiento ajeno equivale a una nueva forma de colonialismo económico.
Los países que no inviertan en educación digital, innovación y propiedad intelectual corren el riesgo de convertirse en lo que algunos analistas llaman “periferias de talento”: regiones donde se produce, pero no se decide; donde se trabaja, pero no se lidera.
Para revertir esta tendencia, la región necesita una agenda común de cooperación en educación tecnológica, investigación científica y tributación digital. Sin instituciones capaces de capturar valor en la era de la nube, el futuro del trabajo latinoamericano seguirá escribiéndose en otra lengua y bajo otras leyes.
- Hacia una nueva narrativa migratoria
En el fondo, migración y nearshoring son dos caras de un mismo proceso: la búsqueda de oportunidades frente a la desigualdad estructural.
Lo que cambia es el vehículo. Antes el trabajador cruzaba la frontera para acceder al mercado laboral; hoy, el mercado cruza la frontera para acceder al trabajador. Pero las causas de fondo —la precariedad, la falta de movilidad social, la desigual distribución del conocimiento— permanecen intactas.
Por eso, la verdadera transformación no se dará con nuevas plataformas o tratados, sino con un cambio de narrativa. La migración no debe verse solo como un problema a contener, ni el nearshoring como una panacea automática. Ambos son síntomas de una misma necesidad: equilibrar la movilidad del capital con la movilidad del talento, y garantizar que el conocimiento que produce la región se reinvierta en su propio desarrollo.
- Conclusión: el reto del siglo XXI
La próxima década definirá si América Latina es protagonista o simple proveedora del nuevo orden digital.
Aprovechar el nearshoring no significa conformarse con ser “el taller del mundo conectado”, sino construir una política del conocimiento que impulse la innovación local, la formación del talento y la retención del valor generado.
Si la región logra articular esa estrategia, el nearshoring y la e-migración podrían convertirse en motores de crecimiento compartido.
De lo contrario, solo estaremos exportando nuestra creatividad bajo contrato, sin soberanía sobre el futuro que ayudamos a construir.
