
En un México donde la paradoja de la riqueza biocultural coexiste con índices alarmantes de obesidad infantil y desnutrición, la escuela se enfrenta a un desafío que trasciende las matemáticas y la gramática: la supervivencia y el bienestar. El análisis de diversas experiencias en Chiapas, Veracruz, el Estado de México y la capital del país nos revela que los huertos escolares no son una actividad extracurricular más, sino una herramienta vital para la soberanía alimentaria en México.
En ese sentido, un aporte importante lo puede realizar la educación primaria y secundaria en México. Por ejemplo, existen experiencias recientes que demuestran que el huerto escolar actúa como un puente necesario. Tal es el caso de la experiencia en una Telesecundaria de Ocuilán, Estado de México, el huerto permite una formación integral donde se valida el "aprender haciendo". En estos espacios, los estudiantes no solo adquieren habilidades técnicas para la producción de alimentos —desde la preparación del suelo hasta el manejo de plagas— sino que resignifican asignaturas teóricas (Santiago et al., 2021). Otro ejemplo interesante es el programa LabVida en Chiapas, en el cual destacan que el huerto escolar permite desarrollar un pensamiento científico crítico situado en la realidad local. Un aspecto interesante es que mediante los huertos escolares se busca superar el "abismo" entre la escuela y la comunidad, permitiendo que los estudiantes de primaria y secundaria comprendan los principios agroecológicos no como recetas, sino como procesos complejos de interacción con la naturaleza (Morales et al., 2021).
Asimismo, la participación de los estudiantes en educación básica es el corazón de estos proyectos. En un contexto donde la comida chatarra ha colonizado los paladares, el involucramiento directo de niñas y niños en el cultivo tiene un impacto profundo. Por ejemplo, el huerto y talleres educativos incrementa la frecuencia del consumo de vegetales. No es magia, es familiaridad: los niños comen lo que conocen y valoran lo que cuidan (Maldonado y Ramírez, 2021). Además, la participación infantil en estos espacios fomenta una "alfabetización ecológica". Los estudiantes dejan de ser consumidores pasivos para convertirse en productores activos, entendiendo los ciclos de la vida y la importancia del agua y el suelo. Sin embargo, es relevante que esta participación no sea meramente laboral, sino intelectual, fomentando la indagación y la curiosidad científica sobre por qué las plantas crecen o cómo interactúan los insectos en el ecosistema (Morales et al., 2021)
Es imposible hablar de huertos escolares en México sin hablar de género. Al analizar las redes de huertos en Chiapas y Veracruz, se ha encontrado una perspectiva contundente: son las mujeres —maestras, madres y abuelas— quienes sostienen mayoritariamente estos espacios. Existe una "ética del cuidado" que trasciende el aula; el huerto es una extensión del cuidado de la vida, la salud y el territorio (Mercon et al., 2018). En las zonas rurales de México, donde irónicamente a veces es más fácil conseguir un refresco que una hortaliza fresca, el huerto escolar se convierte en un baluarte de salud. El huerto escolar permite a las familias acceder a alimentos inocuos y con identidad territorial, modificando sus hábitos hacia el "Plato del Buen Comer" adaptado a su realidad. Los huertos escolares en zonas rurales no solo mejoran la dieta al introducir productos frescos como jitomates, calabacitas o lechugas cultivadas sin agroquímicos, sino que recuperan la memoria biocultural. Al cultivar especies locales, se combate la homogeneización de la dieta industrial. Posiblemente el cambio más profundo a menudo ocurre primero en los propios educadores y familias, quienes, al revalorar los alimentos tradicionales, comienzan a desplazar los productos procesados de sus mesas, impactando directamente en la prevención de enfermedades crónicas.
Finalmente, el huerto escolar es una semilla de transformación social que requiere de la participación tanto de las escuelas como de las familias, por lo que dos recomendaciones y una perspectiva a futuro pueden ser las siguientes:
- Institucionalización y Currículo Flexible: Es importante que se reconozca formalmente el huerto escolar no como un extra, sino como un aula esencial. Esto implica que se destinen recursos y tiempo curricular real, evitando que dependa únicamente del voluntarismo. La formación docente debe incluir la agroecología y la nutrición como competencias pedagógicas básicas.
- Reconocimiento del Liderazgo Femenino y Comunitario: Se deben diseñar estrategias que visibilicen y apoyen la labor de las mujeres en estos espacios, promoviendo una corresponsabilidad real con sus pares masculinos. Es vital integrar a los padres y madres no solo como mano de obra, sino como portadores de saberes locales legítimos, fomentando un verdadero diálogo de saberes.
Perspectiva a Futuro: Los huertos escolares en México tienen el potencial de ser nodos de regeneración ambiental y social. Si logramos escalar estas iniciativas, no solo estaremos cosechando hortalizas, sino cultivando soberanía y salud para el México rural y urbano del futuro.
