“La anciana campesina caminaba lentamente, cargando con dificultad un atado de leña para alimentar una hoguera en la que cocinaba. Su rancho era un pedazo de techo caído sobre una pared, formando un espacio triangular dentro de éste. Un joven juez que en su tiempo libre paseaba por el campo, se encontró con ella y conmovido por la edad y las condiciones en las que vivía la humilde mujer, decidió buscar la manera de ayudarla.
La señora hablaba en forma alegre y determinada, le contó al juez que comía de lo que crecía en la granja, que tenía algunas gallinas y una vaca que le producían lo indispensable. No había tonos de queja ni de carencia en la conversación de la anciana, todo lo contrario, sus palabras estaban plenas de gratitud y esperanza. Después de haber conversado un buen rato, el juez le preguntó a la campesina: -Disculpe señora, ¿hay alguna forma en la que la pueda ayudar? ¿Tal vez ropa, o medicinas? Si en algo puedo colaborarle solo dígame y con gusto haré lo que pueda. La anciana guardó silencio por un momento, y finalmente respondió: -Muchas gracias, en realidad no necesito nada para mí, pero sí para el viejito. -¿El viejito?-, preguntó el juez. -Sí -continuó la señora-, está muy enfermo, está adentro en la casa, ya no se puede ni levantar, tiene muchos dolores, me toca hacerle todo porque el pobre no puede ni moverse. -¿Y qué tiene su esposo?- replicó el juez, sorprendido.
― No es mi esposo -respondió la anciana-, es un viejito que encontré desamparado y ¿cómo lo iba a dejar solito? Por eso desde hace como dos años que lo estoy cuidando”.
Nadie es tan pobre que no pueda dar y nadie es tan rico que no necesite recibir, es la lección de vida que nos ofrece esta historia, aquilátela en su vida y verá los grandes beneficios que le aportará a su existencia. Desafortunadamente por doquier vemos tanta avaricia, tanta codicia, tanta arrogancia, prepotencia e indiferencia, la titánica indiferencia que nos caracteriza. Dar, donar, ayudar promete más que recibir, pero no lo percibimos o pretendemos no darnos cuenta, porque vivimos más apegados a nuestras posesiones materiales. Sea amable, atento, dadivoso, generoso con la gente que lo necesite, que le pida apoyo, que le pida ayuda, sea rico o pobre, no importa. No distinga ni estratifique, no ponga etiquetas en nadie. Siempre, siempre vamos a necesitar de los demás para vivir y ellos también necesitan de nosotros para continuar. Es una cadena humana la que mueve al mundo y nosotros todos estamos incluidos en ella, todos caminamos en esa fila. La vida es bella, nada justa ni fácil para nadie, entonces deje de quejarse porque los demás tengan más que usted. Somos únicos e irrepetibles, especiales y las circunstancias que rodean nuestra vida son especiales, únicas e irrepetibles también.
Codiciar la vida de los demás nos volverá vanos y amargados. Es mejor que viva usted su vida apoyando, dando a sus semejantes lo mejor de sí, sin pensar en los beneficios que pueda usted obtener, esos llegan solos de donde menos lo espera y tal vez de quienes no haya servido o apoyado nunca, es la gracia del Universo la que le envuelve prodigándole buenaventura en su vida. No sea necio, entiéndalo y deje de joder a los demás. Aporte, apoye, ayude, beneficie, no quite ni exija, no robe ni usurpe. No solo se beneficie de los demás como hacen los parásitos, sino aporte generosa y desinteresadamente sin la intención de ganar sino de dar y verá. Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto