22 de Noviembre de 2024
 

Sergio González Levet - Dos muchachos en Tajín

Sin tacto 

Dos muchachos en Tajín

 

Se llama Jaime, tiene 17 años. Viste de negro porque así se siente más parte de su grupo, de sus amigos que visten igual y hablan igual… y piensan o sienten igual. Así vestido se siente a gusto entre su tropa, difuminado, igualado…

Se llama Toño, tiene 12 años. Viste de blanco y manta porque ése es el atuendo de sus ancestros y de todos los miembros de su comunidad. Así vestido se siente a gusto porque soporta mejor el calor con esa tela magnífica que absorbe la humedad y esos vuelos que dejan entrar el aire y facilitan la circulación.

 

Jaime vino a la Cumbre Tajín en pos de la aventura repetida del toquín que no cesa. Grupie de todos los grupos roqueros que sean aceptados por el clan, que entren dentro del código de lo correcto para ellos.

Toño está en la Cumbre Tajín porque es uno de los niños totonacas que asisten a la escuela de voladores. Y ya aprendió a bailar zapateando con énfasis sobre el suelo, doblando la cintura para que el dorso imite el cuerpo de los pájaros. Pero más: Toño es uno de los hijos de Papantla que ya vuelan.

Jaime llegó con su flota a Tajín y todos se mal acomodaron en una tienda de campaña, en la que han logrado dormir en el colchón del cansancio, después de tanto caminar y hacer colas para entrar al Parque Temático Takilhsukut.

Toño está con su familia. Su padre y su madre observan atentamente, con admiración y con miedo, cómo su pequeño reta a las alturas, cómo sube peldaño a peldaño por ese poste de 20 metros de… y lo ven perderse allá en la altura,  hasta casi tocar el cielo.

Jaime vino para escuchar a sus héroes, para brincotear al son de la música repetitiva, pegadiza de los grupos que han traído a estas tierras mágicas su propia magia, la del rock metálico, del progresivo, del tecno.

Toño escucha al sonajero cómo interpreta la melodía y el ritmo ancestrales, que imitan a los pájaros y repiten los sonidos de la selva. Se deja capturar por ese ruido entre suave y guerrero que lo cautiva, lo hace querer volar.

Jaime le ha entrado a todo en estos días, hasta a la comida rápida totonaca, pero sobre todo a los grandes vasos de cerveza. Desde la negrura de su atuendo y con su piel tatuada hasta lo indecible, continúa su vida sin límites, a la espera de que llegue la madurez, si sobrevive.

Toño sabe que sobrevivirá al peligro de imitar a las aves. Desde ese palo altísimo que lo descuelga hacia la tierra, apenas soportado por un mecate. tiene la certeza de que la madre naturaleza lo va a proteger siempre y no permitirá que le pase nada ni a sus 12 años y ni cuando sea grande y se convierta en un patrimonio etéreo de la humanidad.

Y sobrevivirá… porque de alguna manera es eterno, como su raza que pervive y refulge en la Cumbre Tajín, esa que sirve para que el mundo conozca de qué manera están hechos los totonacas, y hasta qué grados de divinidad puede llegar su raza.

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