EL FILÓSOFO DE GÜÉMEZ
QUE EL TRASERO NO TIENE HORARIO
Por Ramón Durón Ruiz
Me gusta parafrasear a Proust Marcel para afirmar: “Hay una edad en la que es necesario: mucho amor propio, sacar el sexto sentido, algo de ingenuidad, mucha buena fe, demasiado sentido común, un estado de necesidad y una pisca de oficio de vida, que aderezado con un poco de robusta picardía, darán como resultado una vida espectacular”.
El mexicano es campeón en el oficio de la picardía, desde mi querido amigo el arquitecto Armando Jiménez, pasando por La Pichora, don Arnulfo Martínez, don Francisco Liguori, Guillermo Cházaro Lagos, Abel Quezada, Marco Antonio Flota, hasta José Antonio Ibarra —sólo por citar algunos nombres—; hay claros testimonios del genio y el ingenio del mexicano expresado en verso y en prosa en esta tan sabia como amplia corriente popular que sigue mostrando su lucidez y dando mucho de qué hablar.
La picardía es una postura tan sana como ingeniosa frente a la vida que nos lleva a desdramatizar la política con la tragedia de la pobreza extrema, la ausencia de la generación de empleos bien remunerados, la inseguridad o la falta de trasparencia y buenos resultados en nuestra transición democrática.
La picardía tiene su fundamento en el humor, en un profundo sentido de pertenencia a la mexicanidad, en el amor a la patria. Sin ello se vive una existencia plana, sin los naturales altibajos y curvas en el camino que despiertan nuestro maestro interior y nos hacen poner en juego los cinco sentidos corporales y los cinco extracorporales.
La sana picardía te aleja de la negatividad, esa que te hace vivir en el papel de víctima, de culpa permanente, que inexplicablemente te agota y te hace sentir menos, que cancela fluir y vivir tus emociones positivas y te subyuga.
La picardía es mucho más sabia de lo que creemos. Está cargada de obviedad, te enseña a través del humor a eliminar el ego y la soberbia —que son la base del miedo— a creer en la vida, fluir con su torrente, romper paradigmas limitantes, levantarte, crecer e ir más allá de tus límites.
Por increíble que te parezca el centro de la picardía es el amor. Es a través de ambos —picardía y amor— que te abres para aprender las lecciones de cada día, para no darte por vencido, sabiendo que TODO PASARÁ… ¡Y PASA PARA TU BIEN!
Van algunas muestras de la picardía del mexicano en anuncios. En la entrada de una tienda: “Si trae perro, amárrelo afuera… ¡si no po’s no!”, que se parece a la frase que venido de Europa dijo el sabio Alcalde de Lagos: “¡El que tenga marranos que los amarre… el que no po’s no!”.
En un periódico: “ATENCIÓN se gratificará ampliamente a quien entregue a un perro que se me extravió, se llama Nicky… ¡Es sordo!”.
Anuncio en un ascensor: “El elevador sube sólo al segundo piso… sin pasar por el primero”.
Letrero en el baño del parque de beis: “Si no tiene grande el bate... acérquese más al home”.
Letrero en un consultorio: “Dr. Simpliano Ginecólogo, ¡Especialista en mujeres!”.
Otros: “Se pintan casas a domicilio”.
“Este taller trabaja todos los días… ¡También los lunes!”.
“Se vende esta casa con todo y botica $300 mil pesos. Lo menos, $290 mil. Lo menos, lo menos, $270 mil. Lo menos, lo menos, lo último $240 mil”. Un curioso llega con el dueño y le pregunta el porqué del anuncio. “Porque tengo azúcar… y no me gusta discutir con ningún ‘abrón”.
Mi amigo Armando Jiménez, quien me prologó el libro El Club Wuebberson y las Tretas de Treto —lleno de una genialidad sin par de don Lupe Díaz, Héctor Treto y un grupo de amigos— me contaba que al llegar el tren de pasajeros a una estación, los niños y la gente del pueblo se subía a hacer de las aguas al baño del tren. Enterado el gerente de tan anómala situación mandó colocar un letrero en la puerta del baño que decía:
“Se prohíbe ir al baño,
cuando esté parado el tren”.
ATENTAMENTE
La Empresa
Un mexicano lleno de picardía y buen sentido del humor escribió abajo:
“Me causa gracia y sorpresa,
este anuncio estrafalario,
pues debe saber La Empresa
que el trasero no tiene horario”.
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