Piedra imán
Manuel Zepeda Ramos
Hablemos de agua
Atardecer. Ubíquese, querido lector, en uno de los restaurantes de pescado frito que están a la orilla del Papaloapan, en Tlacotalpan, para comerlo con singular gusto y antojo. Es la hora en que la puesta del Sol, del otro lado del Golfo de México, refleja los rojos intensos característicos antes de su desaparición en el horizonte y que, en el siempre imponente río de las mariposas, se proyectan espectacularmente.
La primera impresión es ver una cercana desembocadura que ya va adquiriendo dimensiones de consideración, parecido al vaso de la presa La Angostura que logró un almacenamiento de casi 100 kilómetros de largo, que obviamente no es el caso; pero si, su imponente forma de almacenamiento. Si le pregunta a cualquier tlacotalpeño por la profundidad del río a la altura de ese restaurante de marras en la ciudad que enloqueció a Agustín Lara, le habrá de decir que tiene 30 metros de profundidad. Mi deformación de ingeniero me lleva a hacer los cálculos correspondientes con lo que llego a la conclusión de que el estado de Zacatecas entero tendría agua para el consumo humano y animal para un año con sólo disponer de 15 minutos del gasto del agua -el escurrimiento-, que pasa enfrente del restaurante mientras usted se come el pescado sugerido. Mandarla hoy hasta Zacatecas sería imposible, además de improcedente: el agua del Papaloapan está contaminada lo que obligaría a un proceso, ya cercano porque si no se hace será lamentable y ya se verá como, de potabilización que no lo hemos logrado precisamente por incosteable y por eso deja de ser interesante. Además, el bombeo hasta allá, sería altamente caro.
El agua en México y el mundo es un tema que ya debe preocupar intensamente a los pensadores de la humanidad porque puede resultar, si este líquido empieza a escasear en la Tierra, que suceda una catástrofe de dimensiones no calculadas.
Para empezar, ya lo dijo el lugar común, se desatarán las guerras por el posicionamiento del vital líquido, así como ahora el petróleo ocupa el lugar principal en asuntos de atesoramiento para la dominación.
He decidido hablar hoy del agua porque he visto las primeras planas de la prensa nacional y es el agua quien se lleva las ocho columnas de varios rotativos de la capital de la República. Ya no hay agua en la Ciudad de México. Quiere decir que el Cutzamala ya se acabó, cumpliendo su vida útil para la que seguramente fue calculada. Pero ahora el problema está haciéndose presente, de manera urgente.
¿Qué va hacer una de las ciudades más pobladas de la Tierra para solucionar ese problema que amenaza seriamente a la quinta parte de los habitantes de México?
Una solución -ya lo dije al principio de este artículo-, sería bombear agua de los escurrimientos más cercanos a la capital de nuestro país. Ese señalamiento recae en el río Tuxpan, veracruzano para orgullo de 8 millones de habitantes. Pero resulta que el río Tuxpan, como todos los ríos de México -o al menos la inmensa mayoría de ellos-, está contaminado. Con todo y que pudiésemos contar con estrictas medidas, drásticas y penalizadas judicialmente de ahorro de agua, estas serían insuficientes.
Sin exagerar, la ciudad de México podría estar viviendo un momento de extrema gravedad para su vida futura. Una de las ciudades más pobladas de la humanidad no puede estar ubicada a 2250 metros sobre el nivel del mar. El abastecimiento de agua a esas cotas se convierte en barril sin fondo en donde el dinero disponible no alcanza para nada.
Atrás quedaron las sugerencias del ingeniero Heberto castillo, veracruzano insigne, maestro eterno de la UNAM, en la facultad de Ingeniería.
Heberto decía hace 40 años que en la Ciudad de México llueve un promedio anual correspondiente a diez veces el consumo per cápita de agua. Eso significaba que había un excedente interesante del agua de lluvia que podía, inclusive, utilizarse para otras tareas más allá del consumo humano. Proponía Heberto Castillo, ni más ni menos, almacenar el agua de lluvia en grandes cisternas y tratarla para entregarla potable al consumo de la capital. Era un proyecto inteligente, alcanzable, que hubiera resuelto el problema de la capital de la República.
Pero al ingeniero nadie le hizo caso.
Hoy no estuviera escribiendo este artículo porque el suministro de agua a la Ciudad de México estaría resuelto.
Sería modelo para el mundo, inclusive, de suministro de agua a las ciudades de gran complejidad.
¿Podríamos concluir que la falta de agua en la tierra es por la negligencia del hombre?
Por supuesto que sí.