Sin tacto
Por Sergio González Levet
Alfredo Valenzuela
Pasaron casi 15 años sin que nos viéramos desde que yo me fui a vivir a Aguascalientes, hasta que un día de octubre de 2005 nos volvimos a encontrar en Xalapa:
—¡Alfredo!, ¿cómo estás?
—¡Sergio, qué gusto!
Fue como si nos hubiéramos seguido viendo todos los días y el tiempo se hubiera detenido allá a finales de los 80, cuando Alfredo Valenzuela Calderón llegó lleno de ilusiones a trabajar en la oficina de prensa del estado, en pleno interinato de Dante Delgado como Gobernador de Veracruz.
Venía de su tierra natal: Campeche, de la que nunca abjuró, y la que mantuvo siempre en su corazón y en su acento; un acento que nunca pudieron quitarle los pegajosos tonos jarochos de estas tierras.
Ya en 2005 Alfredo había ascendido en su carrera periodística: logró instaurar una revista con presencia, Fundamentos, y se desempeñaba entonces como un eficiente y por tanto poderoso jefe de prensa del alcalde más querido y reconocido que ha tenido Xalapa en los últimos años: Ricardo Ahued Bardahuil, a quien me presentó en esa ocasión con palabras muy generosas hacia mi persona, generoso como siempre era él.
Ricardo Ahued profesaba por él una confianza plena, pero además los unía un afecto que se consolidó en una relación de trabajo que mutó hacia la amistad sincera; sinceros como eran y son ambos. Por eso también nos condolemos con don Ricardo, por la pérdida de su colaborador fiel y eficiente, de su amigo.
Alfredo había avanzado también en lo emocional, y había formado una feliz pareja con Rafaela López Salas, una excelente alumna de la Facultad de Derecho de la UV que continuó sus estudios hasta conseguir el doctorado y ha hecho por sus propios méritos una carrera política notable, en la que se incluye el puesto de consejera fundadora y posteriormente presidenta del Instituto Veracruzano de Acceso a la Información.
Dos hijos, Alfredo y Rafael, muchachos bien educados (con todo lo que eso quiere decir) y exitosos en lo profesional, dan cuenta del excelente matrimonio de Alfredo y Rafaela, a quienes podíamos ver juntos y felices a menudo en los lugares de encuentro de Xalapa.
Se dice fácil, pero en tantos años de relaciones laborales y amicales nunca nos empañamos con alguna discusión por intereses encontrados o por opiniones enfrentadas. De sonrisa fácil y humor inveterado, siempre era un gusto saludar a Alfredo y ocasión para entablar un buen diálogo, en el que nunca faltaba la concurrencia a nuestro tema y nuestro oficio, el periodismo, que él ejerció plenamente y durante toda su vida profesional.
Hoy que se ha adelantado Alfredo persiste en el recuerdo la añoranza de su trato amable y cordial, de su sencillez que nunca mermó ante el éxito económico o profesional. Lo vamos a ir extrañando en los corrillos, en los encuentros que de tanto en tanto celebrábamos para ponernos al corriente y sustentar el afecto y la simpatía.
Sólo te adelantaste, compañero.
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