23 de Noviembre de 2024
 

Manuel Zepeda Ramos - Bullying

Tuxtla. Ahora que los periódicos, las redes sociales, las radiodifusoras en sus noticieros y las televisoras nacionales traen el tema de manera intensa porque parecería que rebasa a las escuelas públicas y privadas, me vienen los recuerdos del “bullying” de mi época de estudiante.

En la primaria, que la estudié en una escuela confesional, recuerdo dos momentos.

Uno, que fue la sugerencia de mi primo en el recreo de ponerme mis cates a la salida. Confieso que me preocupé porque he sido poco afecto a la violencia y más a edad temprana, a no ser que sea inevitable, que es cuando aparece mi otro yo que no me gusta verlo porque me provoca miedo y preocupación. Sucedió lo que tenía que ser. Al no haber respuesta de mi parte, se hizo presente la sugerencia de Jesucristo que es la de poner la otra mejilla. A la salida de la escuela y rumbo a nuestro barrio de San Roque, la extinción fue de tal manera aplicada que el resultado no fue precisamente como Skinner manda, sino que llegó la agresión inevitable. Mi primo me acomodó un madrazo, seguramente preavergonzado porque la verdad no me hizo daño y, sobre todo, no me dolió. Pasado el sofocón, ese mismo día hicimos la tarea por la tarde y después jugamos scalextric.

 

Otro, fue cuando nuestro maestro de sexto año quien, al sentirse totalmente rebasado por las travesuras del grupo, se volvió pitcher de ligas mayores lanzándole el borrador a la multitud para pegar inevitablemente en una de las 29 cabezas de los “incontrolables” alumnos. Un chorro de sangre, como si fuera un grifo de agua bien abierto, empezó a manar de la cabeza de un buen estudiante, inteligente, aunque tremendamente travieso. Mi indignación fue tal que saqué al herido del salón inmediatamente, en medio de un silencio sepulcral de mis compañeros, mandando al diablo al maestro, ignorándolo, para dirigirme al grifo de agua para lavar la cabeza del herido. Nunca acusamos al maestro, que aprendió la lección aunque fuera a costa de la alcancía craneana lograda.

En la secundaria también hubo hechos parecidos, con bullying democrático, equitativo, en donde el protagonista no fui yo sino varios —siempre dos— de los estudiantes que íbamos a la secundaria del ICACH, la gloriosa e importante institución a la que tanto agradecimiento le tengo. Resulta que los piques entre compañeros estaban a la luz del día y también se dirimían a la salida. Había dos escenarios. El atrio de la capilla de San Roque, a espaldas del ICACH, y el callejón histórico de los madrazos —así se conocía—, a un costado de la escuela. Eran acontecimientos importantes, por eso lo llamo democrático, porque ahí se dirimían asuntos de honor, mayoritariamente vinculados con el no compartimiento de amores pubertos. Alguna vez el oscuro objeto del pleito —un saludo a Buñuel, con toda la nostalgia incluida— se decidía por el perdedor y no por quien pegaba más. Afortunadamente, eran asuntos de puños y no de armas blancas o de fuego, como ya suceden en esta época.

Eso pasaba en los 70, cuando la televisión no llegaba todavía a Chiapas.

Ahora, es realmente grave. Por lo pronto, el bullying no respeta sexos. En las redes o en los medios nos enteramos todos los días de algún acto sucedido en algún lugar del país. Vemos escenas de jovencitas agrediéndose con tanto odio y rencor, como no sucede en esa aberración tan grande que es el box femenino. También agresiones terribles en donde han fallecido quienes reciben los golpes a manos de fuente ovejuna. Nunca aparecen los protagonistas irresponsables. Apenas ayer en la prensa nacional apareció un asesinato de un joven de secundaria de 13 años a manos de otro joven de 15.

El desenlace de una escuela de Tamaulipas en donde la nación entera se enteró del bullying aplicado a un joven que le costó muerte cerebral por la magnitud de los golpes recibidos en la cabeza, cuyos protagonistas indirectos ya están detenidos porque no actuaron en el momento preciso, marca un parteaguas en este asunto. Faltan los directamente responsables.

El Secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, se refirió al asunto hace pocas horas, otorgándole un peso específico a este comportamiento de los jóvenes a problemas en el seno familiar, al abandono en que pudieran estar los hijos por la falta de tiempo y de relación de ellos con sus hijos por el exceso de responsabilidad laboral cuando los dos pilares del hogar trabajan. Es probable. Aunque yo conozco muchos ejemplos al respecto —mi caso es de esos—, en donde la conducta de los hijos no es solo serena, sino solidaria para con sus compañeros y ejemplar en resultados escolásticos.

Es un asunto que habrá que estudiarse a fondo y sentar jurisprudencia.

Es una de las enfermedades sociales del siglo XXI.

Espero que se cure pronto.

 

 

 



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