Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Tristeza
Va. Otra vez va. Parecería mentira si no estuviéramos, ya, sintiendo los prolegómenos.
Se movilizan por guerrero, por Oaxaca, por Chiapas.
Ahora mismo están ya instalando campamentos en el Monumento a la Revolución de la Capital de la República. Campamentos sólidos para recibir manifestantes de varios estados. Campamentos cuyos cimientos están hincados en la piedra monumental de la gran plaza, ahogados en cemento portland, sin importar el daño que se pudiera causar al patrimonio nacional. La televisión enseñaba en la tarde de ayer campamentos de grandes carpas bien trabajadas anunciando tácitamente su deseo de ser una estadía de no poco tiempo. Mesa de Oaxaca, decía un “personificador” solitario que apartaba la llegada de los representantes de aquel estado cuya población los desprecia mayoritaria y evidentemente. Si se observa con detenimiento, parecería que fueron levantados por profesionales de la construcción desechable que fueron contratados para tal efecto.
Hablo de la CNTE.
¿Qué quieren?
¿Evitar el examen de aptitud para no enseñar la tarlatana?
¿Seguir cobrando el multisalario en la total impunidad?
¿Protestar por la evidencia impostergable que la SEP e Inegi exhibieron con los datos imperdonables?
Quieren entrar a la lucha por el poder, de la manera que sea; para respaldar a la izquierda, la que sea, con tal de joder.
La CNTE, los políticos que los apoyan y los partidos inmiscuidos, no quieren a México.
No puedes abandonar, de repente y por tiempo indefinido, a tu aula y tus alumnos para venir a estar en la Plaza de la Revolución, conjugando el verbo, con tal de no perder tu salario amenazado por tu gremio sindical.
Esta conducta es comparable a los delitos más despreciables.
Está bajo su responsabilidad el futuro de quien va a ser algún día un ciudadano mexicano que tiene la obligación de convertirse en profesional que dé riqueza a la nación para que siga funcionando en esta lucha ya interminable por la competencia mundial, formar una familia y tener descendientes que garanticen la continuidad de la nación en crecimiento.
Pero resulta que por no coincidir su gremio con las adecuaciones estructurales del gobierno en función, se lanzan al vacío de la irresponsabilidad contraria a la adquirida con la aceptación de su puesto de maestro, para crear el caos, enloquecer a los habitantes de la capital del país, generar un importante gasto no programado que resulta para poder afrontar a toda esta contingencia que paraliza a la Ciudad de México, que destruye al comercio organizado instalado durante muchos años —que paga impuestos—, en el lugar que los señores han escogido como su cuartel de operaciones, con la correspondiente destrucción de las calles y banquetas para que llegue el día después de varios meses de paros, asedios a la sociedad civil sin pudor alguno, los olores imperdonables y eternos de los efluvios irresponsablemente depositados, en que los personajes de marras recuperen sus salarios caídos porque así conviene a la tranquilidad del país.
Ya es tiempo de recuperar la dignidad de la vida cotidiana de la clase media.
¡Ya basta!
Es imperdonable.
Es triste.