Influenza
Muerte: pocos casos, cierto, pero hay.
¿Cuántos de ustedes han sabido en las últimas semanas del deceso de alguien porque le dio neumonía, porque tuvo mucha tos con calentura y de repente amaneció sin vida, o de alguien que tenía dificultades para poder respirar y no la libró, generalmente seres humanos arriba de los sesenta años o bebés menores a cinco?
Es la influenza.
Y el asunto se empieza a volver preocupante cuando la prensa internacional nos informa que una mujer canadiense de menos de 30 años llegó a su tierra procedente de China con influenza aviar del tipo A(H5N1), que es muy agresiva, cuyas manifestaciones se le presentaron durante el vuelo, que fue el día 27 de diciembre. El día 3 de enero falleció. De inmediato las autoridades de salud pública de aquel país de Norte América lanzaron la información al respecto que parecería alerta, pero matizada porque también dijeron que ya se estableció el cerco sanitario respectivo con los familiares de la muerta y están haciendo contacto con todos los que venían en el vuelo para cerrar en definitiva el cerco sanitario. “La posibilidad de riesgo es muy remota” dijeron, dejando abierta cualquier posibilidad.
La influenza ha estado presente en las civilizaciones de todo el planeta, prácticamente desde que el hombre hace su aparición en esta tierra que no aprendemos a cuidarla en pleno siglo XXI.
Hay del tipo A y del B. El tipo B es la gripa común y corriente que padecemos siempre y que no pasa de una molestia por exceso de líquidos nasales, tos, si acaso dolor de cuerpo, pero nada más. La del tipo A, que se relaciona con las especies menores de animales -aves y cerdos-, porque muta, ha matado a muchos a lo largo de la historia de la humanidad.
La historia de España está marcada por la influenza que dejara cientos de miles de muertos.
En México, tenemos la enorme experiencia de lo ocurrido en el gobierno de Calderón con la A(H1N1), que trastocó la vida tranquila de nuestra Patria, libre de alarmas como la que vivimos hace apenas 5 años, nunca antes vista en nuestro país, al menos por los mexicanos de mi edad. Cualquiera de los habitantes de México la recordamos con horror.
Los hospitales del DF estuvieron a tope de demanda, que se supo poco por la prudencia guardada, porque la epidemia fue de gran pronóstico. En esa ocasión, como cuando el temblor del 85, la sociedad civil hizo su parte ante el llamado de las autoridades sanitarias. Cada una de las familias de México hicieron lo suyo, que era cumplir al pie de la letra con las recomendaciones sugeridas para darle al virus el cerco sanitario necesario, porque sólo así se podía aislar dado que el virus no tiene pies ni alas.
Es hora de poner en práctica las recomendaciones aprendidas, antes de que nos lo pidan oficialmente, que espero nunca sea.
Son recomendaciones de lógica actuación que permiten anular el virus. Significa lavarse continuamente las manos con agua y con jabón, varias veces al día; dejar de saludarse de beso, toda vez que al mexicano le fascina ese ejercicio de amistad. Toser sobre su propio brazo para evitar que el virus, si es que lo trae, no se disperse. Recuerden que el virus viaja en la saliva y se puede instalar en cualquier tejido acuoso, como los ojos o la boca, generándose un posible contagio. No meterse los dedos en la nariz o boca ni tocarse los ojos, también práctica común mexicana. Untarse las manos cada vez que se encuentren con esas botellas de alcohol líquido que todavía hay en los establecimientos públicos y privados.
Recuerden los síntomas que nos dijeron una y otra vez, hasta el hartazgo, y qué bueno que así se hizo, para reconocer los síntomas de la influenza: Dolor de cabeza, escalofríos y por la tanto calentura arriba de 38 grados, vómitos y en ocasiones diarrea, dolor intenso de cuerpo. Estos síntomas retratan un posible cuadro de influenza que debe de inmediato ser observado por un especialista, porque atenderlo a tiempo es muy fácil combatirlo y a destiempo es sumamente peligroso. El tiempo es el aliado principal del enfermo de influenza y el tamiflú aplicado a tiempo, su salvación.
Mientras escribo estas líneas no puedo dejar de pensar que la divulgación del conocimiento es un aliado fundamental de la sociedad, práctica que no tenemos y que se vuelve urgente.
No quiero ser alarmista.
Me adelanto a los acontecimientos deseando con todas las ganas equivocarme.