Sin tacto
Por Sergio González Levet
Inoportunos
Creo que ya los diputados legislaron en el Congreso de la Unión y que las llamadas inoportunas son ilegales, son delito, son calamidad que se puede denunciar ante la ley.
Por lo pronto, yo denuncio aquí nuevamente éstas:
Uno. Son las siete y un minuto de la mañana cuando suena el teléfono de la casa:
—Bueno —digo medio adormilado.
—Buenas tardes —me dice displicentemente una mujer, que no sé si se equivoca nada más porque es mensa o si lo hace en son de burla—. ¿Me comunica por favor con el señor Gorgonio? —juro que el nombre no es inventado.
—Mire, señorita, debe estar equivocada, porque aquí no vive ningún señor Gorgonio, ni nada que se le parezca.
—¿No estoy hablando a la casa del señor Gorgonio, que vive en Acantilado número 127? —insiste ella con su acento centroamericano, y por su tono entiendo que me dice que no me cree, que le estoy mintiendo.
—No, señorita.
—¿Entonces con quién hablo y cuál es su dirección? —casi me reta.
Yo le contesto que me llamo, ummm, Salvador Díaz Mirón, que soy poeta, que mi plumaje cruza el pantano y no se mancha, y que vivo en la calle Enríquez número 1, la casa de todos.
Entonces ella me dice que el señor Gorgonio, cuyo número telefónico tiene registrado, le quedó a deber una cuenta a alguna compañía, y que la suya, que se dedica a las cobranzas difíciles, ahora se dedicará a cobrársela de la manera que pueda. Me amenaza con todos los castigos divinos en caso de que yo sea el tal Gorgonio y me esté ocultando atrás de otro nombre.
Yo solamente le contesto que si me vuelve a llamar la demandaré a ella, a su compañía, a la de teléfonos del queridísimo Carlos Slim… y cuelgo el teléfono.
Digamos que junto a la desmañanada me queda un sentimiento de victoria, que no dejo que opaque la certeza de que me seguirán llamando…
Dos. Puede ser a cualquier hora del día o de la noche. La voz atrás de la línea siempre trata de ser amable y condescendiente:
—Buenas tardes, que tenga usted un excelente día. Se encuentra el señor (aquí el nombre del titular de la línea).
—No, joven, no se encuentra en este momento —dice uno sin remedio.
—¿Con quién tengo el enorme placer de hablar?
Y cuando da uno su nombre empieza una retahíla de frases prefabricadas que según algún genio de la mercadotecnia llevarán al incauto contestador a adquirir el producto que están promoviendo (“promocionando” le dicen ellos, con su imperfecto castellano), lo único que queda por hacer es colgar el teléfono y dejar colgado al del otro lado con sus frases huecas, vacías hasta de sonido y furia.
Tres. —¿Se encuentra el señor funcionario, señorita?
—¿Quién le llama?
—Yo.
—Pero ¿de dónde llama?
—De aquí de mi casa.
—Pues no está, pero déjeme su número y nos comunicamos con usted…
Esa llamada sí que nunca llega.
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