Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Frontera Sur
Línea. El otro lado, lindero grande; dichos populares mexicanos —hay muchos más—, para identificar la delgada línea que separa a nuestro país de otro.
La frontera norte y la frontera sur equivalen al noche y al día.
La frontera norte es el gran telón de tres mil kilómetros de un melodrama en varios actos que se llama El Sueño Americano. Es un espectáculo cotidiano y cambiante, como aquel teatro Tallita de los hermanos Padilla Morones que una vez se instalaron en mi pueblo, por seis meses, en su carpa de circo alargada a la que le ponían isóptica que funcionaba bien, a punta de pico y pala. Cada día cambiaban la obra porque era un teatro de repertorio inmenso, con apuntador y toda la cosa en medio del proscenio disfrazado con una tapa que simulaba una concha de mar gigante. Un día presentaban Cuando los hijos se van, ese clásico mexicano —creo que de Federico S. Inclán—, que Gavaldón llevó al cine en la época de oro. Al otro día, la obra era de Tennessee Williams —el monstruo dramático de Columbus—, Un tranvía llamado deseo, que Elia Kazán la realizó en el celuloide Hollywoodense con Marlon Brando y Vivian Leigh en los papeles estelares. Pero cuando coincidía su temporada con la Semana Santa, La Pasión de Cristo era el platillo principal. Irreverente, el Teatro Tallita competía con la liturgia del Padre Torres que, incluso, le quitaba clientela, abrumadoramente. Así es la frontera norte, cúmulo de historias de vida desgarradoras, desde hace cientos de años.
La frontera sur es otra cosa.
Para empezar, no hay frontera. Eso la diferencia de la americana, en donde han empezado a construir una enorme barda impasable —eso creen—, con costos millonarios que bien podrían destinarse a otros menesteres en los países pobres, para que quienes aspiran a entrar se inhiban de ello. Últimamente, algunos gobernadores loquitos del otro lado, molestos porque sus territorios se están llenando de niños centroamericanos indocumentados que huyen de la mara y del crimen organizado, quieren poner a miles de infantes de marina para impedirles el paso.
La frontera sur es tan larga como la frontera norte.
Separa a Guatemala y a Belice de nuestro país, en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo.
A diferencia de la otra, está siempre verde porque incluye en ella a gran parte de la Reserva de la Biósfera, sin tenerla que regar como es evidente que sucede con los campos de cultivo sureños americanos, porque acapara una buena parte del desierto de aquel país.
La frontera sur tiene a ríos fundamentales de la hidrología mundial. El Usumacinta y el Grijalva, que vienen siendo más importantes que el río Nilo del continente africano por aquello de las culturas milenarias que se han desarrollado. En sus vegas de gran productividad, ha crecido la enorme cultura Maya con sus Ciudades Estado a uno y otro lado de la frontera, en donde siguen viviendo los descendientes que hablan sus lenguas de manera activa, muchas de ellas con gramáticas escritas que habrán de garantizar su perpetuación en el tiempo. Esta riqueza inconmensurable convierte a la frontera sur en un referente cultural importante en la geografía planetaria.
Hace unos días, el Presidente de la República nombró al licenciado Humberto Mayans Cadaval como comisionado para atender a la frontera sur, en la coyuntura de los niños y jóvenes viajantes centroamericanos que convierten a la zona en un asunto de interés mundial.
Este interés de la federación por la frontera sur me da mucho gusto.
Significa que gran parte del trabajo que se habrá de desarrollar en esa franja importantísima de la región centroamericana en los próximos años habrá de tener a la cultura como aliado, indiscutiblemente.
La música, el teatro, la danza y la literatura habrán de ser coadyuvantes importantes para dirimir los grandes problemas de la frontera sur, que no son únicamente por el paso de quienes buscan el sueño americano.
Deberá de desarrollarse una gran acción con la cultura de aliado para darles voz a los habitantes de la frontera, que enseñen al mundo cómo viven y cómo defienden el desarrollo sustentable, ahora que lo han aprendido, para cuidar el patrimonio que heredaron.
El mundo deberá conocerlos.
Deberá conocer a los mames que se han convertido en grandes productores de café que lo exportan al mundo. A los Zinacantecos que exportan flores y fabrican textiles que enloquecen a los turistas. A las cooperativas tzotziles que hacen bordados espectaculares de sus costumbres milenarias y los exportan a Europa y a la Cuenca del Pacífico, junto a los artesanos guatemaltecos que también trabajan los textiles de enorme calidad. A los lacandones y tojolabales que han hecho alianzas estratégicas con empresarios chiapanecos para desarrollar ecolodges confortables en medio de la selva para alojar a los turistas. A los mayas campechanos y quintanarroenses que fabrican utensilios de gran colorido y belleza, sombreros bien tejidos, jipijapa, que tienen un futuro importante en el mercado internacional, así como el desarrollo de Kalacmul, ejemplo del gran poderío maya peninsular. A La cultura negra garífuna llegada del centro de África a servir a los plantíos de la encomienda española y que ahora tiene manifestaciones importantes de danza y música que interesan al Planeta.
Bienvenida esta nueva responsabilidad que crea el Presidente Peña Nieto.
La cultura habrá de ser el mensaje en la frontera sur.
¡Que así sea!
Para bien de esta región estratégica.