Hace un tiempo leí un cuento donde un hombre había sido secuestrado y puesto en el fondo de un cuarto, en una vieja casona. Lo dejaron ahí por dias. Pero como querían mantenerlo viví para contar el rescate. De vez en cuando le traían de comer y beber para que su cuerpo no muriera. ¿Pero qué hacían para mantener viva su alma y para que no muriera de desánimo?
Cada cierto tiempo, uno de los celadores dejaba entreabierta una puerta, de modo que el prisionero viera una luz que le indicará que podría escapar, que había una salida, que no todo estaba perdido. El hombre entonces, apesar de la debilidad física, se arrastraba hasta la puerta, que en efecto estaba entreabierta, y su alma cobraba animo. Se esforzaba y lograba salir a un pequeño patio desde donde veía una barda, y tras de ella la libertad. Pero justo ahí, después de haberlo llenado de esperanza, lo volvía a capturar su vigilante.
Aunque era una forma cruel de tratar a esta persona, en el fondo era está una medida para que se mantuviera en él, la esperanza de un día lograr escapar y mantener viva su alma.
La esperanza es eso: la posibilidad latente de un día alcanzar lo que se anhela.
La esperanza en si misma es buena. Muy buena. Pero no siempre es, como en el cuento, infundada y falsa. La esperanza es la antesala de la fe. No sé puede tener fe si no hay esperanza. Y 'la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" y va más allá de la esperanza.
En el relato, el hombre se dio cuenta que los celadores hacian esto a propósito, y sin embargo cada que veía una puerta entreabierta, el prisionero se seguía esforzando para salir, con una nueva esperanza: no que el hombre hubiera dejado la puerta abierta y pudiera escapar, así nada más, sino que él pudiera tener la fuerza, de ya en el patio, poder burlar al celador.
El prisionero recordaba que un día uno de los guardias había entrado cojeando de un pie, y que caminaba con dificultad. Entonces empezó a tener fe, que un día ese celador fuera el que estuviera del otro lado de la puerta y que él podría lograr cruzar esa barda.
Y una mañana que la puerta está entreabierta nuevamente, empezó a arrastrarse hasta ella, pero al llegar a la luz se puso en pie, abrió ligeramente y vio que el celador que estaba afuera era el hombre de la pierna lastimada. El prisionero respiro profundamente, cobro ánimo, visualizo el recorrido de la puerta a la barda, y con toda la determinación de verse libre, salió corriendo, ante la sorpresa del celador que salió tras él, con dificultad. El prisionero llegó a la barda, con los brazos estirados se agarró del bordo y jalo su cuerpo. Cuando se dio cuenta ya su estómago estaba sobre la barda y atrás de él los manos del celador le arañaban los pies, pero ya estaba hecho. Estaba escapando. Brinco, cayó en suelo adolorido, pero ya no se podia detener. Ese día la esperanza se hizo real, la fe lo mantuvo firme y escapó.
Porque la esperanza no es esperar, es estar expectante, alerta a qué esa posibilidad se logre. Y que en ella, germine la fe, que hace que todo lo imposible sea posible. Esta esperanza y esta fe están en el corazón de cada ser humano. Y no importa cual sea la situación si mantenemos viva la esperanza la fe brotará y todo será posible.
En las horas más amargas,
en los mayores tormentos,
en esas noches tan largas
y en quejidos y lamentos,
en los peores momentos
cuando el mal se hace indecible,
hay ver a lo invisible
cuando el dolor nos alcanza,
y nacerá en la esperanza
la fe en que todo es posible.
-Simón Toledano.