No es excepción, sino tendencia. El fortalecimiento del crimen va de la mano del debilitamiento del Estado y, ante ello, la sociedad se siente vulnerable y abandonada a su suerte. La desconfianza en las fuerzas del orden y en la procuración de justicia se fincan en la experiencia: impunidad y connivencia con los que deberían combatir. Ese fenómeno, agudizado en algunas zonas del país, no se está conteniendo, mucho menos revirtiendo, se extiende frente a nuestros ojos. Lo que acabamos de ver en Taxco no es un hecho aislado y revela la profunda descomposición institucional y social que genera el desgobierno.
La escena hiela la sangre tanto como la historia. Policías son testigos inertes y mudos de un linchamiento brutal. Se quedan mirando cómo una mujer que está bajo su custodia es bajada de los cabellos de la caja de la patrulla para ser asesinada a golpes. En el suelo y semidesnuda recibe patadas inmisericordes de una turba indignada y fuera de control, lo mismo que dos de sus hijos que sobrevivieron de milagro. Luego la vuelven a subir como bulto a la pick up y, como bulto, la bajan en los separos donde fallece. Es cierto que era presunta responsable de un crimen atroz y que las evidencias conocidas apuntan a su culpabilidad, pero eso no le quita gravedad al hecho.
La víctima merece justicia, y la venganza contra la victimaria no lo es. Camila Gómez, niña de ocho años, fue a nadar a la casa de una amiga sin saber que la invitación era una trampa mortal. Los videos grabaron la entrada al domicilio, desmintiendo a la señora que le negó a la madre que su hija hubiera llegado y que, una hora después, según las grabaciones, sacó la bolsa negra con el cuerpo, pues el taxista y pareja sentimental que la ayudó a ponerla en la cajuela fue el que indicó a la policía dónde la tiraron.
Hay mucho que falta por saber, entre otras cosas, quién, cómo y por qué la estrangularon. ¿Si pensaban cobrar el secuestro, por qué dejaron el cadáver en una zanja? En el momento en que se encontrara se acabaría la negociación. ¿No sería que la petición de 250 mil pesos al teléfono de la mamá desesperada haya sido un burdo intento por despistar a familiares y autoridades? ¿Participaron del crimen los dos hijos que fueron salvajemente golpeados? Frente a la población enardecida y justiciera nadie puede defenderse y la barbarie se apropia de la escena, sacrificando en el altar de la indignación no sólo vidas y derechos, también verdades.
Puede explicarse el fenómeno, pero jamás justificar. Lo que llaman “justicia por propia mano” es la negación del contrato social. Ser permisivos y llamar a la comprensión de quienes se toman la licencia de regresar al estado de naturaleza para asesinar con impunidad a quienes son declarados culpables por el inapelable clamor de ellos mismos es una amenaza contra cualquiera. En muchos casos linchan a inocentes que son señalados de manera caprichosa por delitos que incluso llegan a ser inexistentes. Sólo el debido proceso procura justicia, sin esa convicción civilizatoria estamos en la barbarie.
Sin duda que la solución a los arranques de salvajismo justiciero pasa por fortalecer el Estado de derecho, algo que también es indispensable para hacer frente a la espiral de violencia criminal. El problema es que no sólo no se avanza en ello, sino que se retrocede. El control de las fiscalías por parte de los gobernantes hace que la prioridad sea la manipulación política de acuerdo con los intereses del grupo en el poder y no en la seguridad de los ciudadanos. Y mientras el crimen siga avanzando, al grado de decidir a balazos e intimidaciones cuáles son los candidatos de las boletas electorales, la aspiración de ser un país de leyes e instituciones que las hagan valer será cada vez más lejana.
En Taxco, como sucede en el resto de Guerrero y en no pocas entidades, la delincuencia organizada se ha diversificado y somete a la población en infinidad de actividades económicas. La continuidad en la actual estrategia de seguridad, si así se le puede llamar, nos condenaría a la violencia endémica. Y eso es lo que ofrece la candidata oficial, quien ni siquiera admite la gravedad de la situación. Eso va a pesar en la elección.