21 de Febrero de 2025
 

Génesis / Por Lic. Osbaldo Ramos Vázquez

 

 

 

 

En el corazón de una metrópolis de concreto y luces de neón, vivía Daniela, una hermosa joven cuya alma se encontraba en una constante batalla con la desesperanza. La sociedad moderna, con su ritmo implacable y su individualismo exacerbado, le parecía un laberinto sin salida. Cada día era una lucha contra la ansiedad, la soledad y la sensación de que su existencia carecía de sentido.

Daniela se sentía como un átomo perdido en un universo infinito, insignificante y desconectado del todo. La idea del suicidio, como una puerta a la nada, le atraía con una fuerza magnética. ¿Qué sentido tenía seguir luchando contra una realidad que le resultaba insoportable? ¿No sería mejor simplemente desaparecer, como una estrella fugaz que se extingue en la oscuridad?

Una noche, mientras navegaba por internet, Daniela se topó con un artículo sobre astrofísica. La inmensidad del cosmos, la belleza de las nebulosas y la complejidad de las leyes físicas la dejaron fascinada. Sintió como si una chispa se encendiera dentro de ella, una curiosidad que había permanecido dormida durante mucho tiempo.

Comenzó a investigar sobre la teoría del Big Bang, Newton, la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica. Se sumergió en libros y documentales, tratando de comprender los misterios del universo. Descubrió que la ciencia no sólo ofrece respuestas, sino que también plantea preguntas aún más profundas: ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro lugar en el cosmos? ¿Estamos solos en el universo?

Daniela se dio cuenta de que la ciencia no era solo un conjunto de datos y fórmulas, sino una forma de conectarse con algo mucho más grande que ella misma. Al estudiar el universo, se sentía parte de una historia épica, una historia que abarcaba millas de millones de años y millas de millones de galaxias.

La ciencia le demostró que la humanidad, a pesar de sus imperfecciones, había logrado avances increíbles en la comprensión del mundo que nos rodea. Desde la invención de la rueda hasta la exploración del espacio, hemos demostrado una capacidad asombrosa para superar los desafíos y descubrir nuevos horizontes.

Daniela comenzó a ver la sociedad moderna desde una perspectiva diferente. Ya no se sentía como un individuo aislado, sino como parte de una comunidad global, una especie que comparte un destino común. Se dio cuenta de que los problemas que enfrentamos, como el cambio climático y la desigualdad social, son desafíos que debemos superar juntos, como una sola humanidad, pero le venía a su cabeza siempre la frase de Balzac: “La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder en la tierra que pueda convertirlo en un hecho”.

La ciencia le enseñó a Daniela que la vida es un fenómeno frágil y precioso, un milagro que ha surgido de la complejidad del universo. En lugar de buscar la muerte, decidió abrazar la vida con todas sus incertidumbres y desafíos. Se dedicó a estudiar ciencias, con la esperanza de contribuir a la comprensión del universo y la construcción de un futuro mejor para la humanidad.

Daniela entendió que el pensamiento decadente, el absurdo y la manía persecutoria son trampas que nos impiden apreciar la belleza y el potencial de la vida. La ciencia, en cambio, nos invita a mirar hacia adelante, a explorar lo desconocido y trabajar juntos para construir un mundo más justo y sostenible.

La ciencia no solo salvó la vida de Daniela, sino que también le dio un propósito. Le demostró que la humanidad, a pesar de sus errores, tiene la capacidad de crear un futuro brillante, un futuro en el que la ciencia y la razón nos guían hacia un destino mejor. Seamos la luz, llevemos la luz.