La política en México ha sido moldeada en gran medida por los medios de comunicación, en particular la televisión. Desde mediados del siglo XX, este medio ha sido el principal canal de comunicación entre los políticos y la ciudadanía, definiendo las percepciones, valores y expectativas en torno al liderazgo político. Para comprender cómo la televisión ha construido la imagen del político mexicano, es útil recurrir a dos pensadores clave: Giovanni Sartori, quien analizó la influencia de la televisión en la democracia, y Pierre Bourdieu, quien estudió el poder simbólico y la manipulación mediática. A partir de sus ideas, también se puede reflexionar sobre la transformación de la opinión pública con la llegada de las redes sociales y la manera en que la verdad puede ser fabricada en la era digital.
Giovanni Sartori, en su obra “Homo Videns: La sociedad teledirigida”, argumenta que la televisión no solo ha transformado la forma en que accedemos a la información, sino que ha empobrecido nuestra capacidad de pensamiento crítico. Según Sartori, la imagen ha reemplazado a la palabra escrita, y la política ha sido reducida a un espectáculo donde el carisma y la presencia mediática pesan más que las ideas o el debate racional.
En el contexto mexicano, la televisión ha sido el principal medio de propaganda política, especialmente durante el siglo XX, cuando el Partido Revolucionario Institucional (PRI) dominaba la escena política. Los noticieros y programas de análisis político, en su mayoría alineados con el gobierno, promovieron una imagen idealizada del político como un líder paternalista, cercano al pueblo, pero inaccesible en la toma de decisiones reales. A lo largo del tiempo, los candidatos han sido seleccionados más por su capacidad de comunicación televisiva que por su preparación o propuestas.
Ejemplos claros de esta lógica son figuras como Enrique Peña Nieto, cuya campaña presidencial en 2012 estuvo altamente mediada por su imagen en televisión. Su carisma y apariencia telegénica le permitieron captar la atención del electorado, pese a las críticas sobre su capacidad de gobierno.
Pierre Bourdieu, en “Sobre la televisión”, argumenta que los medios de comunicación no solo informan, sino que también fabrican realidad. La televisión tiene el poder simbólico de establecer qué temas son relevantes y qué figuras políticas merecen reconocimiento. Para Bourdieu, los medios no son neutrales; actúan como intermediarios del poder político y económico, filtrando la información de acuerdo con sus intereses.
En México, los medios televisivos han jugado un papel clave en la legitimación de ciertos políticos y la destrucción de otros. En 2006, la imagen de Andrés Manuel López Obrador fue fuertemente golpeada por campañas televisivas que lo presentaban como un peligro para México. Este tipo de construcción mediática demostró cómo la televisión podía moldear la percepción pública mediante el uso estratégico del miedo y la desinformación.
Bourdieu también señala que el poder de los medios reside en su capacidad de definir qué es legítimo y qué no lo es en el discurso público. En México, esta lógica ha sido evidente en la exclusión de voces críticas o alternativas que desafían el statu quo. Durante años, la televisión mantuvo un discurso homogéneo sobre la política, limitando el acceso a visiones disidentes.
Con la llegada de las redes sociales, la construcción de la imagen política ha cambiado drásticamente. A diferencia de la televisión, donde la comunicación es unidireccional, las redes permiten la interacción y la participación de los ciudadanos en la conversación política. Sin embargo, esto no significa necesariamente una democratización de la información; más bien, ha dado lugar a un nuevo tipo de manipulación mediática.
Las redes sociales han acelerado el fenómeno de la postverdad, en el que las emociones y las narrativas atractivas tienen más peso que los hechos verificables. En este contexto, la verdad puede fabricarse de un día para otro. Un político puede ser elevado a la categoría de héroe o destruido por una campaña de desinformación en cuestión de horas. Esto se ha visto con la proliferación de noticias falsas, bots y estrategias de propaganda digital.
Un caso emblemático en México fue la elección de 2018, donde las redes jugaron un papel crucial en la victoria de López Obrador. A diferencia de 2006, cuando la televisión dominaba la narrativa, en 2018 las redes sociales permitieron que su discurso llegara directamente a los votantes sin la intermediación de los grandes medios. No obstante, el mismo fenómeno ha dado lugar a campañas de desinformación en su contra, demostrando que las redes pueden ser un arma de doble filo.
La televisión mexicana ha sido un actor fundamental en la construcción del político mexicano, siguiendo la lógica del Homo Videns de Sartori y el poder simbólico descrito por Bourdieu. Sin embargo, el auge de las redes sociales ha transformado esta dinámica, permitiendo una mayor pluralidad de voces, pero también facilitando la manipulación de la opinión pública. En esta nueva era digital, la verdad ya no es un producto fijo, sino una construcción efímera que puede cambiar de un día para otro. En este sentido, los ciudadanos enfrentan el reto de desarrollar una mayor capacidad crítica para discernir entre la información real y la propaganda mediática.