La política, en su concepción más noble, es el arte de gobernar para el bienestar común, sustentada en principios ideológicos que dan forma a las decisiones y acciones de quienes buscan representar a la sociedad. Sin embargo, el escenario político contemporáneo está plagado de figuras que han reducido esta actividad a una mera estrategia de supervivencia personal. Entre estos, destacan los oportunistas que, sin convicciones reales, transitan de un partido a otro con la única intención de asegurar una banca en el parlamento o un puesto en el gobierno. Este fenómeno no solo socava la confianza ciudadana en las instituciones, sino que también es una manifestación de una profunda crisis ética y psicológica que afecta la esencia misma de la democracia.
El acto de cambiar de partido político sin una justificación ideológica legítima se conoce como "transfuguismo". Este comportamiento es síntoma de una crisis ética en la política, pues demuestra que algunos individuos ven la representación popular no como un servicio público, sino como una vía para obtener poder y privilegios. Estos políticos no militan en un partido por compartir su visión del mundo, sino porque es la vía más rápida para acceder a una candidatura o asegurar una posición.
Desde una perspectiva lógica, este tipo de político es una contradicción ambulante. Si un individuo defiende una ideología con fervor, ¿cómo es posible que de un momento a otro abrace los principios opuestos sin mayor conflicto? La única explicación plausible es la ausencia de una convicción real. Lo que mueve a estos personajes no es el compromiso con una causa, sino la conveniencia de estar en el lugar que más les favorezca en determinado momento.
Este fenómeno es dañino por varias razones. Primero, corrompe la esencia de los partidos políticos, convirtiéndolos en simples plataformas de acceso al poder en lugar de organizaciones con principios claros. Segundo, erosiona la confianza de la ciudadanía, que percibe a los políticos como actores falsos y sin integridad. Y tercero, fomenta la mediocridad en la política, pues la lealtad se convierte en un bien transaccional y no en una muestra de integridad.
Desde una perspectiva psicológica, el oportunista político exhibe rasgos de egocentrismo y falta de desarrollo moral. Según Lawrence Kohlberg, el desarrollo moral de un individuo pasa por distintas etapas, desde la moral preconvencional, donde las decisiones se toman con base en el beneficio personal, hasta la moral postconvencional, donde los principios éticos son el fundamento de la conducta. Un político que salta de partido en partido sin escrúpulos demuestra estar atrapado en una fase primitiva del desarrollo moral, en la que el interés propio es la única brújula de su comportamiento.
Estos individuos suelen mostrar rasgos de narcisismo, al priorizar su imagen y su carrera por encima de cualquier principio. La política, que debería ser un espacio para el servicio, se convierte en un escenario para la autogratificación. Buscan reconocimiento, poder y estabilidad económica, sin importar si traicionan a quienes alguna vez los apoyaron.
Además, el oportunismo político es un reflejo de una baja tolerancia a la frustración. Cuando un político es relegado o pierde poder dentro de su partido, en lugar de aceptar la decisión y trabajar para recuperar la confianza de sus compañeros, opta por el camino más fácil: cambiar de partido. Esto muestra una personalidad volátil y poco confiable, incapaz de sostener compromisos a largo plazo.
Los ciudadanos tienen la responsabilidad de identificar y rechazar a estos políticos oportunistas. Cada voto otorgado a un tránsfuga es un voto a favor del cinismo, la falta de ética y el deterioro de la democracia. Es fundamental exigir coherencia y convicción en quienes aspiran a representar a la sociedad. Un político que ha cambiado de afiliación sin razones ideológicas legítimas ha demostrado que su única lealtad es hacia sí mismo.
Las instituciones también deben tomar medidas. En muchos países, el transfuguismo político no solo es tolerado, sino que incluso es premiado con nuevas candidaturas y puestos de poder. Esto debe cambiar mediante reformas que impidan que quienes cambian de partido con oportunismo puedan ocupar cargos públicos.
El político oportunista no es más que un mercenario del poder, alguien que traiciona la confianza ciudadana en busca de su beneficio personal. Su falta de principios, su ambición desmedida y su egoísmo lo convierten en un enemigo de la democracia. Mientras estos individuos continúen prosperando, la política seguirá siendo vista como un juego de intereses en lugar de una vocación de servicio. La sociedad debe estar alerta y rechazar a estos personajes, pues solo así será posible restaurar la confianza en el sistema y garantizar una representación genuina y ética en el gobierno.