En una más de sus brillantes y populistas ideas, Donald Trump anunció que está pensando aplicar un arancel de 100% a las películas “que ingresan” a Estados Unidos “producidas en países extranjeros”.
La bravata de Trump anunciada en su red social Truth se veía venir pues desde hace meses la industria del cine estadounidense, y sobre todo en Hollywood; vive una crisis insospechada. Según él, la medida busca “proteger” a la industria del cine estadounidense que vive su propio drama de suspenso entre huelgas, taquillas flojas y plataformas de streaming.
Si eres de los que tiene la buena (o mala) costumbre de seguir mis colaboraciones, recordarás que el pasado 17 de abril escribí justo de esto en este espacio. Advertí que, si Trump regresaba con su show arancelario, México podía sacar ventaja. Y no me equivoqué.
Dice que su objetivo es obligar a los estudios a regresar las filmaciones a territorio gringo. Nada de escaparse a Vancouver, Londres, Madrid o Sydney para aprovechar incentivos fiscales y paisajes de catálogo. Si quieren estrenar en EU, tendrán que pagar.
Pero la propuesta del arancel cinematográfico es tan vaga como un guion de bajo presupuesto. ¿A qué le llama “película extranjera”? ¿A la que se graba fuera? ¿A la que tiene actores británicos? ¿A las que usan locaciones españolas? ¿O todo lo anterior junto?
Los expertos del gremio están más confundidos que Vincent Vega. Nadie sabe si el arancel se aplicaría al presupuesto de producción, a la taquilla, al número de locaciones en el extranjero, o si será otro de esos anuncios que suenan a miniserie, pero acaban en cortometraje.
Lo que sí sabemos es que rodar fuera de EU puede ser hasta 60% más barato. Entre los incentivos fiscales, la infraestructura técnica y los costos de operación, países como Reino Unido, España o Australia se han convertido en el nuevo Hollywood, pero sin las huelgas ni las palomitas de veinte dólares.
Y aquí es donde México entra en escena. Mientras Trump se enreda en sus propios dramas, nosotros podemos ofrecer el set perfecto: cercanía, costos controlados, experiencia técnica y un mercado integrado por el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).
Si bien el T-MEC no tiene una cláusula dedicada al cine, sí establece principios generales como la no discriminación y la libre circulación de bienes y servicios. Esto ofrece ventajas comerciales que se traducen en más facilidades para mover equipos, contratar talento y distribuir contenidos. Además, la ausencia de aranceles bajo este acuerdo comercial nos pone en primera fila para recibir a todas esas producciones que no quieren pagar el precio del berrinche patriotero de Trump.
Tener acceso preferencial al mercado estadounidense gracias al T-MEC puede atraer inversión directa a la industria audiovisual mexicana. Estudios de grabación, servicios de postproducción, software especializado, doblaje, subtitulaje y demás actividades pueden encontrar en nuestro país un nuevo impulso.
Y, por si fuera poco, el T-MEC incluye un capítulo sobre comercio digital que facilita el flujo de datos entre países. En una industria donde todo pasa ya por plataformas digitales, eso abre una avenida más para que México se vuelva un hub de producción y distribución regional.
Para que esto funcione, no basta con sentarse a esperar que Trump se equivoque. Hay que mover cámaras, ajustar micrófonos y gritar “acción”. Las autoridades mexicanas, tanto federales como estatales, deben ofrecer un entorno competitivo que incluya seguridad jurídica, infraestructura y apoyo fiscal.
Los estudios extranjeros no se mudan por capricho, lo hacen por costos, logística y eficiencia. Y si Trump empieza a castigar las filmaciones fuera de su país, muchos van a buscar opciones. México puede ser esa opción.
Como dije en su momento, hay que saber sacarles jugo a las ocurrencias trumpistas. No sabemos si el arancel llegará a estreno, pero si lo hace, que nos agarre listos para el casting. Porque en esta película hay que ser rápidos y furiosos, pero, sobre todo, inteligentes.