Sin tacto
Por Sergio González Levet
Pueblo Viejo en Misantla (y Coatza)
Misantla es un recuerdo vivo que permanece alojado en un resquicio del corazón, Esa añoranza explota en la memoria y en la emoción, y delata a quienes somos sus hijos desde lejos, cuando vertimos sin querer elogios inevitables, cuando volvemos a traer a la plática remembranzas y palabras siempre buenas para celebrar la historia y las historias del pueblo querido, de la señorial que ahí sigue viva, creciente, vigente.
Misantla volvió a ser cierta en ese lugar del corazón el pasado sábado primero de noviembre, en pleno Todos Santos, cuando acudí a presentarme ante mis paisanos y a presentar mi libro Pueblo Viejo, que recoge un gajo de las historias que se cuentan y se viven en el regocijo diario que es ser misanteco en la propia tierra.
Ahí me presenté, pues, en la Sala de Cabildos, y tuve la suerte inmensa de estar rodeado de la gente buena del pueblo (tantos y tantos amigos que forman parte de mi historia) y de sus autoridades (saludo cordial al presidente municipal, el arquitecto Efrén Meza Ruiz y a los regidores que nos acompañaron) y de los colegas periodistas (que alimentan nuestra leyenda de lugar famoso por sus glorias persistentes dentro de la comunicación veracruzana).
Armando Ortiz —poeta, narrador, juglar y ahora un gran editor— participó en la presentación con su amor desbordado por esta Misantla que él ha hecho suya, en la que se reconoce como un hijo propio de su tierra (aunque no deja a un lado su orgullo de ser xalapeño). Y fue a contarle a los paisanos cómo es que Pueblo Viejo recoge historias que ahí todos conocen, y se volvió una vez más poeta cuando lanzó al aire, a nuestro aire, sus décimas siempre bien hechas y sus palabras llenas de encanto y misterios revelados.
Para no ser menos, un periodista misanteco, un protagonista de la distinción de ser misanteco, un distinguido misanteco, el maestro Noé Rocha Otero tomó la palabra y con ella dio una muestra fiel del arte de contar historias; ese talento que tan bien se da entre esas callejuelas trazadas en el tropel de la vegetación y el lomerío suave de esta parte de la Sierra Madre Oriental, que concluye o nace según se vea hacia arriba o hacia abajo.
Y ahí, entre mi propia gente y en mi propia tierra volví a contar las historias que a mí me dijeron cuando fui niño/adolescente/joven/adulto; las historias que me contaron en una banca del Parque Morelos, o en el rincón de un viejo tendajón, o en una mesa desvencijada de cierta cantina en la que aún se oye el ruido del cubilete y las copas al chocar.
Fui al pueblo viejo y vi que era bueno, que siempre ha sido magnífico y lo siguen siendo sus gentes, a quienes agradezco en la persona de esa gran periodista que es Eleaney Sesma, directora y alma del diario señero de la región, El Chiltepín.
(Y hoy siguen las presentaciones de Pueblo Viejo: a las 19:00 horas, en el Cabildo de Coatzacoalcos estaré con los amigos entrañables de aquella tierra de dios; ahí los esperamos).
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