POLIANTEA
Urge la Cruzada por el Trabajo
Rubén Pabello Rojas
Recientemente estuvo el presidente Peña Nieto en Veracruz, en San Andrés Tuxtla. Cumplió una importante jornada de trabajo, como en muchas otras partes de la geografía del país. En esta ocasión se privilegió el tema de los programas sociales que su gobierno ha diseñado para combatir uno de los más lacerantes problemas que pesan sobre una enorme cantidad de mexicanos: la pobreza secular y su consecuencia inmediata, el hambre.
Hambre que representa un lastre para el sano desarrollo de una nación tan bien dotada por la naturaleza y que increíblemente no ha podido ser erradicada a pesar de su infructuoso combate. Planes van, proyectos vienen, programas despegan y fracasos aterrizan y no hay modo de que algo tan indispensable como es la alimentación del pueblo en su totalidad, se consiga.
A mediados del siglo pasado, cuando México contaba con 30 millones de habitantes, ya se acusaba un déficit en ese renglón. Sin embargo, el país era capaz de sostener mejor nutrida a su población pues el campo producía gran parte de lo que se consumía. Existía una economía de autosuficiencia doméstica en la entonces mayoritaria población rural. Se disponía de grandes extensiones dedicadas a la agricultura y la ganadería.
Nunca fue un país de grandes alcances en la explotación de los mares. Nunca fue un pueblo pesquero, tampoco fue un gran aprovechador de sus vastas, pródigas, extensiones silvícolas. No tuvo esa vocación.
Perdió espacios en la explotación del camarón y del atún en guerras comerciales contra grandes trusts internacionales japoneses y gringos, y la tala inmoderada y criminal aprovechada por malos mexicanos y tolerada por peores autoridades condujeron a un deterioro de la producción en el vital sector primario de la economía.
Recursos no renovables como el petróleo y la explotación minera de metales preciosos e industriales completaron, siempre con déficit, el gasto público de la nación y las legiones de mexicanos con hambre empezaron a aumentar.
Se idearon programas y discursos oficiales para simular el combate y paliar, que no resolver, el problema de fondo. Así nacieron las solidaridades, las oportunidades, las prosperidades,… y tantas otras maquinaciones, más para entretener a una población necesitada que para lograr atender imperativas demandas de una deuda social prácticamente impagable. Causan grima oír las autocomplacientes cifras alegres de Rosario Robles en escenarios a modo.
El fomento y práctica de una política de gobierno francamente paternalista, condujo al clientelismo y éste a la espera de la dádiva oficial. Las comunidades populares se tornaron exigentes de satisfactores domésticos como alimentos subsidiados, cobijas, láminas para techumbres, cementos para pisos firmes, bonos para personas de edad adulta, y un sinnúmero de pequeñas regalías que gratuitas formaron una gran legión de pedigüeños con derecho.
Así nació, creció y se agigantó una de las mayores desviaciones a que la mala acción del Estado, a través de sus órganos, puede llevar a sus gobernados, al fomento de la inutilidad institucional. A cancelar a la comunidad su derecho a ganarse la vida dignamente, por medio de lo único para lo que no se le ha preparado, a proveer ese alimento mitigador de su hambre por medio del trabajo honrado y digno. Si los ciudadanos tuvieran empleo no se requeriría de innecesarias políticas sociales.
Honestamente, no serían necesarias las cruzadas para combatir el hambre, situación ingrata y descalificada, hoy obligadamente irrenunciable, pues es injusto e inadmisible ver a un connacional padeciendo por falta de alimento. Si la estrategia del poder público fuera educar a esa noble comunidad mexicana en el luminoso sendero del trabajo gratificante y remunerador otro sería, para bien, el resultado.
No se puede creer que a nadie se le haya ocurrido lanzar una gran Cruzada a favor del Trabajo, en vez de la penosa cruzada contra el hambre; confesión más que lastimera del fracaso y desaprovechamiento de la fuerza grandiosa de lo que un pueblo laborando puede alcanzar. Prosperidad obtenida a la buena, con esfuerzo y, ahí sí, con sudor, que es el bálsamo más gratificante para quien, por su empeño, consigue llevar el sagrado alimento a su prole.
Ojalá las grandes cruzadas de México fueran hacia la elevación, a la creación de la riqueza, riqueza del pueblo; aumentar el producto interno, PIB, obtenido con el trabajo honrado. No el consumo infructuoso de recursos del erario que pueden y deben ser aplicados en la implementación de ese empleo remunerado, que rompa el circulo vicioso de la dádiva clientelar y se convierta en una verdadera oportunidad social, para erradicar de una vez por todas el flagelo de la inseguridad, el crimen organizado, la corrupción y la impunidad.
Cuando todo mexicano tenga trabajo no habrá cruzadas contra el hambre instrumentadas como vergonzosos programas de gobierno y se habrá logrado cumplir con el objeto primordial del Estado democrático: el bienestar común, la paz pública y la felicidad social de su población.
En otro contexto, muchos vieron la visita presidencial a Los Tuxlas como un mensaje, un apuntalamiento. No perder de vista que el candidato del PRI por ese distrito es Jorge Carballo, quien ha presumido su cercanía con el mandatario y quien tuvo que resentir fuertes muestras de rechazo incluso de familiares cercanos. Pero esa es ya otra historia, a ver que dice el voto de las mayorías de ese distrito y en el resto del estado y del país.