POLIANTEA
El retórico combate a la pobreza y la marginación
Rubén Pabello Rojas
Cuesta un poco de trabajo escribir sobre este penoso tema. Se realizó en Veracruz, con gran despliegue publicitario, la presentación de los avances del rimbombante Mapa Digital de Georreferenciación de la Pobreza y la Marginación.
Como un gran triunfo de la administración pública mexicana, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) elaboró y dio a conocer los datos del impacto en el desarrollo social y el abatimiento de los índices de marginación. Reunión de agenda cargada de retorica, diagnósticos archiconocidos, manoseados, inútiles para resolver el problema de fondo que es enorme. Foto y boletín al canto para los medios, para informar de las actividades burocráticas que justifican los altos sueldos de una burocracia, que consume en estos estipendios gran parte de lo que debiera ser aplicado a los programas que dicen acometer.
Después de terminado el acto oficial, todos los presentes se retiraron altamente satisfechos de su encomiable y difícil trabajo. A la hora de la comida, frente a un suculento potaje, deben haber pensado en el gran beneficio que, con esta presentación, le han hecho a la Patria. Los pobres pueden esperar.
Seguramente con esta herramienta, como la calificaron, se resolverán todos los problemas inherentes a tan delicado asunto. No quedaron sin señalar puntualmente todos los lugares, sin faltar ninguno donde la pobreza secular, por no decir milenaria, donde los grandes programas de combate a la miseria se han aplicado, ésta no haya sido si no totalmente vencida si contenida, sobre todo en las zonas serranas con población indígena. Ese fue el tono autocomplaciente de la reunión.
Los discursos alrededor de los triunfos logrados menudearon entre quienes tienen a su cargo la lucha contra la indigencia. Hubo los consiguientes reconocimientos a la invaluable, casi heroica tarea de la Sedesol estatal, al extraordinario esfuerzo de Protección Civil, no quedó ningún espacio donde no se destacara la gran tarea realizada para combatir la inopia social en Veracruz.
No faltó la mención del programa de orden nacional contra el hambre a través de Prospera. Y así, ufanos, conscientes de ser los idóneos ejecutores de las sacrosantas políticas públicas del ramo, quienes intervinieron se retiraron a disfrutar de sus sagrados alimentos, con un profundo sentimiento del deber cumplido.
La realidad es inocultable, la desigualdad y la injusticia social distributiva son un hecho de la vida cotidiana de gran parte de la población. La riqueza del país, el Producto Interno Bruto (PIB), constituida por el trabajo de todos los mexicanos, no es distribuido equitativamente. Esto es algo sabido y reiterado hasta la saciedad. El combate a la pobreza se realiza acometiendo los efectos, no las verdaderas causas en un ocioso proceso de resultados siempre insuficientes.
Se idearon programas y discursos oficiales para simular el combate y paliar que no resolver el problema de fondo. Así nacieron las solidaridades, las oportunidades, las prosperidades,…..y tantas otras maquinaciones, más para entretener a una población necesitada que para lograr atender imperativas demandas de una deuda social prácticamente impagable.
El fomento y práctica de una política de Gobierno francamente paternalista, condujo al clientelismo y éste a la espera de la dádiva oficial. Las comunidades populares se tornaron exigentes de satisfactores domésticos como alimentos subsidiados, cobijas, láminas para techumbres, cementos para pisos firmes, bonos para personas de edad adulta, y un sinnúmero de pequeñas regalías que, gratuitas, formaron una gran legión de pedigüeños con derecho.
Así nació, creció y se agigantó una de las mayores desviaciones a que la mala acción del Estado, por medio de una falsa distribución de la riqueza nacional, través de sus órganos, lleva a sus gobernados, al fomento de la inutilidad institucional. A quitar a la comunidad su derecho a ganar la vida dignamente por medio de lo único para lo que no se le ha preparado, a ganarse ese alimento mitigador de su pobreza por medio del trabajo honrado y digno.
Honestamente, no serían necesarias las cruzadas para combatir la pobreza y el hambre -situación ingrata y descalificada, hoy obligadamente irrenunciable, pues es injusto e inadmisible ver a un connacional padeciendo pobreza en cualquier grado-, si la estrategia de las llamadas pomposamente “políticas publicas” fueran las de educar a esa noble comunidad mexicana en el lógico sendero del trabajo gratificante y remunerador.
Es imperativa una gran Cruzada a favor del Trabajo, como programa ineludible de políticas sociales, en vez del burocrático combate a la pobreza; confesión más que lastimera del fracaso y desaprovechamiento de la fuerza productiva de lo que un pueblo laborando puede alcanzar. Prosperidad obtenida a la buena, con esfuerzo y, ahí sí, con sudor que es el bálsamo más gratificante para quien, por su empeño, consigue llevar el sagrado sustento a su prole.
Ojalá las grandes cruzadas de México fueran hacia la elevación, a la creación de la riqueza, riqueza del pueblo obtenida por el trabajo honrado. No el reparto desigual, a título de caridad, de la riqueza nacional que debe ser utilizada en la creación de ese empleo remunerado, para romper el círculo vicioso de la dádiva clientelar y se convierta en una verdadera oportunidad social erradicadora, de una vez por todas del flagelo de la inseguridad, el crimen organizado, la corrupción y la impunidad.