“Un científico que descubrió el arte de reproducirse a sí mismo tan perfectamente que resultaba imposible distinguir el original de la reproducción. Un día se enteró de que andaba buscándole el Ángel de la Muerte, y entonces hizo doce copias de sí mismo. El Ángel no sabía cómo averiguar cuál de los trece ejemplares que tenía ante sí era el científico, de modo que los dejó a todos en paz y regresó al cielo. Pero no por mucho tiempo, porque, como era un experto en la naturaleza humana, se le ocurrió una ingeniosa estratagema. Regresó de nuevo y dijo:
–“Debe de ser usted un genio, señor, para haber logrado tan perfectas reproducciones de sí mismo, sin embargo, he descubierto que su obra tiene un defecto, un único y minúsculo defecto”. El científico pegó un salto y gritó: –“¡Imposible! ¿Dónde está el defecto?”. –“Justamente aquí”, respondió el Ángel mientras tomaba al científico de entre sus reproducciones y se lo llevaba consigo. Todo lo que hace falta para descubrir al ‘ego’ es una palabra de adulación o de crítica”.
Esta reflexión anónima encierra una gran verdad justamente en la oración final del cuento. Efectivamente, podemos observar al platicar con algún amigo, nuestro jefe, un alto ejecutivo de alguna empresa importante, el dueño de una gran compañía o negocio, o con cualquier individuo que albergue un exceso de autoestima en su persona. Aclaro, no quiero decir con esto que absolutamente todas las personas que ocupan elevados puestos ejecutivos, públicos y privados, o que poseen grandes propiedades o negocios, ostentan profesiones u oficios, tengan una elevada autoestima que los distinga de los demás como seres ególatras y egoístas. En realidad son contados los sujetos que se sienten y piensan que son superiores a los demás por ser o tener grandes bienes y destrezas que otros no; sin embargo, desafortunadamente los hay. En contraste, la humildad, esa virtud que consiste en el conocimiento pleno de las propias limitaciones y debilidades en nosotros, restando importancia a nuestros propios logros y virtudes y reconociendo notoriamente errores y defectos nuestros; cada vez está más ausente en la gente. Ya no hay personas humildes, justas, honestas, sinceras, amigas. Tal vez, considero particularmente, es un efecto más de la actual crisis moral que estamos viviendo, consecuencia de la difícil situación económica y financiera sostenida que estamos padeciendo. Tal vez no. Hay gente que en cualquier momento de la vida, en bonanza o adversidad se muestras ruines y miserables.
La humildad es una bella virtud que no deberíamos abandonar bajo ninguna circunstancia. Perder por ningún motivo, olvidar nunca. Es más bien una integridad que debemos enarbolar con dignidad en todo acto, en todo suceso de nuestra vida, que nos distinga como personas justas, honestas, honradas y respetuosas ante nuestros semejante, hermanos cohabitantes de esta hermosa Tierra que El Gran Hacedor de cuanto existe nos dio para que valoremos sus bondades. Sumisos y obedientes a los designios que con razón justa nos marquen las consecuencias de nuestros actos. La vida es tan corta y no tan justa como para que nos la pasemos alardeando nuestros logros y pertenencias sin aportar a los demás nada de los beneficios que les permita gozar de lo que por derecho natural les corresponde igual que a todos, facilitando, no dificultando, la satisfacción de sus necesidades. Es quizá por los efectos de la egolatría en muchos empoderados que dirigen los movimientos económicos, comerciales y financieros que especulan para gobernar al mundo a su favor, que vemos tanta miseria, hambre e ignorancia por doquier. Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto