“La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad”.
Nicolás Maquiavelo.
“Un Agente de la Policía Federal Ministerial de PGR visita una finca para una investigación que fue encomendada por el Agente del Ministerio Público Federal y habla con su dueño, un señor ya entrado en años. Le dice al dueño que desea inspeccionar su finca. El anciano le dice que lo haga, pero que por favor no pase por el terreno cercado. El Federal, demostrando su autoridad como digno funcionario y policía, le dice: Mira, viejo: ¡yo tengo la máxima autoridad del gobierno federal que cabalmente represento, y este 'gafete' que tú ves aquí me califica para ir donde me dé la gana, meterme en cualquier propiedad que me dé la gana, sea ésta de quien sea, sin preguntas, y tampoco debo dar respuestas! ¿Me has entendido o es que no me he sabido explicar? El viejo simplemente se encogió de hombros y siguió con sus quehaceres. Pasado un rato, el ganadero escucha unos gritos y logra ver al Federal corriendo por su vida, seguido muy de cerca por un toro semental. El toro va ganándole terreno y el tipo, aterrado pide ayuda a todo pulmón. El viejo de inmediato deja todo lo que estaba haciendo y va hasta la cerca, gritándole a su vez: – ¡el gafete, pendejo, enséñale el gafete!”
A manera de agudeza, humor ilustrativo, del cuento anterior puede obtenerse una reflexión muy constructiva y productiva. Abusar del poder o hacer alarde de él es una práctica deleznable muy común en funcionarios de bajo, mediano y elevado rango en todos los niveles de muchas organizaciones de la iniciativa privada y del gobierno. El ejercicio del poder debe efectuarse por quienes lo detentan, de manera digna y respetuosa; más bien, con humildad, educación y buen trato, sin imponer ni hacer alarde de él o su autoridad sobre otras personas para ostentarlo o sacar provecho ventajoso o monetario, propiciando así la corrupción, en estos casos, a manera de extorsión. Las personas prepotentes tienen una excesiva valoración de sí mismas, asociando su conducta con una exagerada soberbia y desmedida arrogancia dado que se sienten superior a los demás. Es por ello que no dudan en tratar de imponerse por la fuerza física o simbólica, convencidos de que el resto de la gente debe someterse a su voluntad. Son además, adictos a la adulación; No obstante, la prepotencia tiene su límite, el poder no es eterno, la adulación tampoco, y las personas prepotentes pagan un precio muy elevado al ser severamente criticados o relegados, obligados muchas veces a vivir en soledad, en el olvido o en aislamiento. En la mayoría de las veces el alto gobernante, llámese presidente de la nación, gobernador o presidente municipal, difícilmente se entera de las actividades corruptas y actitudes prepotentes de subalternos en quienes confía ciegamente, es grande la información que deliberadamente se les niega, se les oculta a través de intencional confusión para encubrir errores, raterías, negocios, favoritismos. La adulación al jefe es su mejor arma cuando este no puede ya prescindir de ella. Nicolás Maquiavelo, un diplomático, funcionario público, filósofo, político y escritor italiano, escribe al respecto en su máxima obra “El Príncipe”, dedicado a Lorenzo II de Médici, un tratado de teoría política publicado en 1531, cuyo objeto es mostrar cómo los príncipes de su tiempo deberían gobernar sus Estados, según las distintas circunstancias, para poder conservarlos exitosamente en su poder.
Cobran vigencia todavía algunas enseñanzas de la obra de este autor, aplicables a políticos que deberían poner más atención en las actividades encomendadas a sus subalternos, más que dedicarse a creer que están haciendo bien las cosas, cazando con sus actos adulaciones diversas que eleven su equivocada autoestima. Si es usted jefe o gobernante, valdría bien la pena ponerse a pensar en ello. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. ¡Qué tenga un buen día!
Luis Humberto.