Sin tacto
Por Sergio González Levet
Razones
Permítanme la centrada lectora y el justificado lector hacer por esta ocasión un ejercicio de ¿metacolumnismo? (me vale el término) y responder a una no exactamente atenta misiva de alguien que se esconde en el seudónimo La Cartuja de Parma, aunque en respeto a la equidad de género (o de sexo) confiesa que es un hombre (no en toda la extensión de la palabra, por supuesto).
Mi corresponsal —que no es corresponsable— se refiere en términos despectivos respecto a la columna que publiqué ayer con el título La fábula del tigre perverso (cfr. http://www.entornopolitico.com/columna/8506/sin-tacto/) y además de condenarme por querer hacerle al Esopo, me acusa de caer en defectos varios que iré detallando y trataré de contestar.
Primero me dice que soy un traidor al subgénero, porque en una columna política —como él califica mi Sin tacto— no debieran aparecer “atisbos de ficción” como el que yo pretendí hacer ayer.
Aquí le agradezco a don Cartuja que reconozca esa característica de este espacio, porque precisamente he tratado de romper con los cánones y con los temas que la costumbre ha hecho dogma para este tipo de colaboraciones. Yo me pregunto, y no le hago al Perogrullo: ¿por qué en una columna política sólo se puede hablar de política? O ¿por qué sólo se puede hablar de política en los términos en que lo hacen casi todos los columnistas?
Ante la fuga de lectores, considero urgente que tratemos de escribir con un sentido diferente y aportemos originalidad, lo que intento en la medida de mi modesta o inmodesta capacidad.
Después, mi airado lector me dice que no tengo valor para mencionar directamente a las personas a las que me refiero en el texto, y a esto sólo le puedo contestar que la historia literaria —hasta donde tengo conocimiento— no registra el nombre del protagónico monarca del lejano reino de mi fábula y mucho menos el del magnífico tigre que aparece como antagonista.
El señor, que se nota es un ferviente adorador del objetivismo, quisiera que en lugar de hacer referencia a un lugar alejado y a un tiempo recóndito, me hubiera referido a alguna situación que sucede aquí y ahora (“hic et nunc”, me receta el latinajo) y la hubiera expresado en toda su “pavorosa realidad”, como él califica a lo que sucede en nuestro tiempo presente.
“Valentía”, me pide; “redaños”, me exige. Y de ahí me acusa de blandengue, de timorato y hasta de atildado (que seguro no sabe lo que en realidad significa) porque no acuso con el dedo flamígero ni señalo ni insulto a “los funcionarios rateros o a los sátrapas que se están chupando la riqueza del pueblo”.
No señor Cartuja de Parma. Discúlpeme, pero no ejerzo ese tipo de crítica rimbombante e inútil, porque no creo en ella.
Yo cultivo otro tipo de crítica y escribo no para mentes cerradas como la suya, sino para gente inteligente (como lo es usted, que me hace el favor de leerme en este instante).
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