Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
GGM
Xalapa. Recurrencia obliga. La ciudad mexicana universal del siglo XX gracias a Sergio Galindo, entre otros personajes fundamentales, entró en el porvenir de Gabriel García Márquez.
Regresaba de Nueva York, tal vez desencantado. Dejaba la corresponsalía de Prensa Latina, y con ella su enorme oficio de periodista. Llegaba a México con 20 dólares y un hijo en brazos. Una vez más, la visión del escritor veracruzano de Las Vigas, hacedor de la editorial de la Universidad Veracruzana en tiempos de don Gonzalo Aguirre Beltrán, editorial que por sus ojos —los de Sergio— pudo ver que se formaba en el continente un gran potencial latinoamericano en las letras españolas, la aplicó de inmediato con el colombiano. Sergio Galindo acogió, con visión que pocos tienen, a los autores jóvenes del momento, lanzándolos hacia el conocimiento de los lectores de literatura y su calificación correspondiente. El resultado fue el adelantarse a todas las editoriales del mundo, descubriendo una generación de escritores latinoamericanos que hoy forman la vanguardia de este continente, para orgullo de todos.
Gabriel García Márquez, decía, no fue la excepción.
Los funerales de la Mamá Grande aparece por primera vez, de color verde, con el sello de Ficción; la editorial, a mucha honra, de la Universidad Veracruzana a la que tanto quiero, mi Casa eterna. Gabriel García Márquez dice la portada, debido a la visión de Sergio Galindo.
Habían aparecido ya La hojarasca y El Coronel no tiene quien le escriba.
Dentro del portafolio traía consigo el escritor, considerado uno de los más importantes de la lengua castellana de toda la historia, a Cien años de soledad. Seix Barral le hizo el feo, argumentando —dicen los que saben— que no tenía calidad. En Buenos Aires, la editorial Sudamericana, de Paco Porrúa, tomó la responsabilidad de editarla y, con ello, la gloria de darle multiplicación a una novela que ya es considerada fundamental para que el mundo entienda el realismo mágico latinoamericano.
La muerte de Gabriel García Márquez nos conmueve a todos. No es gratuito que gente del pueblo llevara hasta El Pedregal, hasta la puerta de su casa, flores amarillas en señal de duelo y de tristeza.
En lo personal, me conmueve que haya elegido a nuestra patria como su lugar de residencia. Debo creer que se debe al enorme cariño que le tuvo a México porque aquí le cambió la suerte, al fin colombiano, y con ello sinónimo de supersticiones puestas al servicio de la vida cotidiana y la literatura. La asistencia del Presidente de Colombia al lado del presidente Peña Nieto hoy en el homenaje que se le rendirá en el Palacio de Bellas Artes subraya su querencia mexicana.
La presencia de Gabriel García Márquez en la capital veracruzana después de Los funerales de la Mamá Grande siguió siendo significativa, quizá por la gratitud del escritor eterno por Xalapa y su Universidad Veracruzana.
Lo recuerdo en un encuentro de escritores latinoamericanos promovido por Jorge Ruffinelli y Renato Prada Oropeza, que ya seguramente don Sergio González Levet habrá de reseñar con el conocimiento que de esa etapa tiene de Xalapa.
Estoy viendo como si fuera hoy una portada del Punto y aparte en donde García Márquez aparece de cuerpo entero, sentado, con ropa de mezclilla y botas tejanas negras. “Mientras siga el golpe en Chile, no volveré a hacer periodismo”, decían las ocho.
La Universidad Veracruzana debe hacerle un homenaje, un gran homenaje. Es su autor, su gran autor. No serán pocos los críticos y los autores que tengan mucho que decir del escritor colombiano, para bien de quienes lo presenciaríamos.
Su escritura para el cine fue también prolífica y de gran calidad. Recuerdo con agrado una película que dirigió Luis Alcoriza, Presagio se llamó, protagonizada por un elenco de primera que mantiene al público sentado en el filo de la butaca.
Yo me quedo para la posteridad con un compromiso no cumplido por Gabriel García Márquez. Siempre deseé que bailara cumbia y vallenato con un grupo de gran calidad que pude armar allá en el puerto de Veracruz en la primera década de este siglo. No tuve suerte… y cómo busqué esa posibilidad.
Era mejor que el de Celso Piña.