Luis Humberto
Buenos amigos
Una distinguida señora (y conste que no dije rica, sino distinguida, y precisamente por sus méritos laborales y sus loables acciones altruistas que ya son muchas), a quien un día llamé por teléfono con la finalidad de saludarla. En la plática que sostuvimos, me preguntó en aquella ocasión de dónde sacaba yo tanta información que comparto con ustedes a través de este medio. Yo le contesté, –básicamente de la lectura Señora, pero también de Internet.
Gracias a mi actual condición es que he podido aprovechar al máximo mí tiempo libre, que en algunas ocasiones es mucho, para dedicarlo a la amena lectura, y que tal vez de no ser así, estaría ocupado en distintos menesteres. Gracias también al apoyo amoroso e incondicional de mi amada e inseparable compañera, quien decidió compartir su vida junto a la mía hasta el final de nuestros días, es que he podido continuar la lucha diaria e interminable de seguir siempre adelante, con la cabeza erguida; como la de aquel gallo desplumado, que emprendió la graciosa huida tras ser perseguido por sus contendientes de amores, pero siempre con la cabeza erguida (tal vez porque esos animalitos sólo agachan la cabeza cuando van a comer). No se crean, la vida no es nada fácil para mí, y creo que para nadie, pero yo me la procuro fácil aunque con muchos puntos débiles que busco evitar, y estoy plenamente consciente de que soy extremadamente vulnerable, pero tengo la obligación moral de continuar hasta que Dios quiera. De cualquier manera, sigo adelante. En fin, les comentaba que platicando con esa linda señora, hablamos de muchas cosas interesantes acerca de su familia y la mía, además de muchas otras cosas más. Fuimos de alguna manera compañeros en la ciudad de Xalapa durante nuestros años de estudio, donde compartimos algunos bellos momentos de esparcimiento en compañía de su novio, hoy su destacado esposo, un prominente empresario. Eso pertenece ya al pasado y fue parte del tiempo invertido, necesario, en nuestra formación profesional, pero a la vez esto ha permitido que recuerde gratos momentos que disfruté en compañía de ellos; pero sobretodo, me ha permitido valorar también la fuerza de la amistad que trasmite energía pura y sincera que fortalece el ánimo y apacigua el espíritu.
Ese afecto, cariño, simpatía o apego personal, puro y desinteresado que se comparte con otras personas, que nace y se fortalece con el trato cotidiano y constante, es lo que todos llamamos amistad, y que algunos valoramos tanto por los beneficios morales y espirituales que nos otorga recíprocamente. La amistad debe ser mutua y sincera para que produzca los resultados esperados, debe ser ajena a todo mezquino interés. Encaminémonos pues a ser siempre amigos, procuremos cultivar la amistad que conlleva invariablemente a la paz espiritual anhelada por todo individuo que se precie de buscar la felicidad. Liberémonos de prejuicios sociales tan miserablemente arraigados en muchos de nosotros, y de la enérgica soberbia que continuamente invade nuestro corazón y nos impide alcanzar la simplicidad y candidez de nuestro espíritu. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.