24 de Noviembre de 2024
 

Panoramas de Reflexión

Luis Humberto

 

Conciencia.

 

            Generalmente se conoce con la palabra conciencia a varios factores esenciales en la experiencia moral. Así, el reconocimiento y aceptación de un principio de conducta obligada se denomina conciencia. En teología y ética, el término hace referencia al sentido inherente de lo bueno y lo malo en la insatisfacción y remordimiento que resulta de una conducta que se considera mala. En las teorías de ética antiguas, la conciencia se consideraba como una facultad mental autónoma que tenía jurisdicción moral, bien absoluta o como reflejo de Dios en el alma humana.

 

            La palabra conciencia quiere decir el reconocimiento que el espíritu humano tiene de su propia existencia, de sus estados y de sus actos. También se define como la propiedad del espíritu humano de formular juicios normativos espontáneos e inmediatos sobre bondad o maldad de ciertos actos individuales determinados. A los animales se les considera que pudiesen poseerla, pero en un grado inferior. Partiendo de esta premisa se vuelve importante observar hasta qué grado nosotros verdaderamente somos el ente superior de la naturaleza en base a esta cualidad. Luego entonces, valorando adecuadamente el concepto me encuentro con esta consideración dentro del poema de Chico Novarro llamado “Carta de un león a otro” que dice: “Perdón, hermano mío, si te digo que ganas de escribirte no he tenido: No sé si es el encierro, no sé si es la comida o el tiempo que ya llevo... en esta vida. Lo cierto es que el zoológico deprime y el mal no se redime sin cariño, si no es por esos niños que acercan su alegría, sería más amargo todavía... A ti te irá mejor, ¡espero! Viajando por el mundo entero, aunque ese domador, según me cuentas, te obligue a trabajar más de la cuenta. Tú tienes que entender, hermano, que el alma tiene de villano, el no poder mandar a quien quisieran descargar su poder sobre las fieras. Muchos humanos con importantes sillas mediante látigo en mano pero, volviendo a mí, nada ha cambiado aquí desde que fuimos separados. Hay algo, sin embargo, que noto entre la gente, parece que miraran diferente. Sus ojos han perdido algún destello, como si fueran ellos los cautivos. Yo sé lo que te digo, apuesta lo que quieras, que afuera tienen miles de problemas. ¡Caímos en la selva, hermano, y mira en qué piadosas manos! Su aire está viciado de humo y muerte... ¿y quién anticipar puede su muerte? Volver a la naturaleza seria su mayor riqueza. Allí podrán amarse libremente, y no hay ningún zoológico de gente. Cuídate hermano, yo no sé cuánto, pero ese día viene llegando...”

 

            De todo lo anterior, se deduce que el único ser que ha retado su propia naturaleza y a la misma naturaleza somos nosotros; y por ello también estamos cambiando nuestro futuro, ya sea para bien o para mal. Nosotros para existir debimos ser concebidos mentalmente por Dios, luego entonces, si somos un acierto o error de Dios, su conciencia determinará el destino que nos espere, entrando en vigor otras leyes del mismo enfoque. Y al observar lo anterior se vuelve importante ver la pequeñez de la existencia de nosotros los seres humanos, quienes no podremos nunca controlar los elementos que conforman nuestra naturaleza y existencia, y por ello, al existir en tanto la causa primera lo permita, estamos sujetos al dominio esencial, de cuyo pensamiento, es decir, cuya conciencia, emanamos y también pereceremos. Es por ello que deberíamos estar obligados a utilizar nuestra conciencia en unión de la inteligencia, a efectos de sostener un orden armónico en nuestro interior; energía que se desprende al exterior generando un equilibrio existencial. Luego y entonces, considero que la superioridad de nosotros no radica en los grados de conciencia, sino en el ejercicio y de la inteligencia en unión a la conciencia de que nos encontramos dotados. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.



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