Luis Humberto.
De vuelta con el campo
(Segunda y última parte)
Siguiendo con lo que les comentaba en mi participación anterior: Fábricas enormes capturan el nitrógeno inerte de nuestra atmosfera y lo fuerzan en una reacción química con el hidrógeno para producir gas natural, lo que crea compuestos reactivos. Ese fertilizante, del que se aplican más de 100 millones de toneladas al año en el mundo, consigue cosechas abundantes. Sin él, la civilización en su forma actual no podría existir. El suelo de nuestro planeta simplemente no podría producir alimento suficiente para proporcionar a sus más de 7 mil millones de habitantes su dieta habitual.
De hecho, casi la mitad del nitrógeno presente en nuestros cuerpos se originó en una fábrica de fertilizante. Sin embargo, ese milagro moderno tiene su precio, un gran precio. El nitrógeno que se escapa sofoca la vida silvestre en lagos, ríos, arroyos y estuarios, contamina las aguas subterráneas e incluso incrementa la temperatura global. A medida que un mundo hambriento contempla miles de millones de bocas más que necesitarán proteínas ricas en nitrógeno, ¿qué tanta agua y qué tanto aire limpios sobrevivirán nuestra demanda de campos fértiles? El fertilizante de nitrógeno está siendo utilizado en exceso entre un 30 y un 60 por ciento. En campos cultivados intensamente se utiliza mal. Una vez diseminado en los campos, los compuestos del nitrógeno se desprenden en cascada en el ambiente y alteran nuestro mundo, a veces en formas muy perjudiciales. Parte del nitrógeno se cuela directamente de los campos hacía arroyos o se escapa en el aire. Parte se come, en forma de granos, pero se libera de nuevo al ambiente en el drenaje o en el estiércol del creciente número de granjas de cerdos y aves. Estudios recientes en lagos, ríos y arroyos, han encontrado que contienen demasiado nitrógeno o fosforo; culpando a menudo al fertilizante que contiene fosforo por el incremento de algas en ellos, así como enormes brotes de cianobacterias toxicas. El exceso de nutrientes daña también la actividad pesquera de las zonas costeras, creando zonas muertas donde las algas y fitoplancton florecen, mueren y se descomponen, lo que agota el oxígeno y asfixia los peces. Nuestra demanda de comida no es la única culpable. La combustión de autos y generadores eléctricos libera óxidos de nitrógeno en la atmosfera y, cuando esos compuestos regresan a la tierra como lluvia, también actúan como fertilizante. En todo el mundo el fertilizante comercial suma 70% del nitrógeno que la actividad humana produce cada año. Las bacterias en el suelo que consumen nitratos pueden volver a convertir estas formas disruptivas de nitrógeno en el nitrógeno original, una fuente ambientalmente benigna que conforma hasta casi 80% de nuestra atmosfera. Sin embargo, las bacterias también liberan pequeñas cantidades de óxido nitroso, un potente gas de efecto invernadero. Menos fertilizante no reduce las cosechas, tal vez usando más composta y aplicando más fertilizante sintético donde y cuando las plantas en realidad lo necesiten podría tener mejores resultados; pero a la vez, requiere de mayor tiempo dedicado al campo porque la biología trabaja más lento que las fábricas de nitrógeno. Es probable que el resto del mundo utilice más y no menos nitrógeno en los años venideros debido principalmente al temor por la escasez.
La población sigue creciendo y la carne se hace cada vez más popular. Alimentar todo el ganado demanda mucha más producción agrícola que si se utilizara ese grano para nutrir directamente a la gente. El campo se encuentra en una difícil paradoja que lo conduce a una letal encrucijada y, es nuestro deber, principalmente de los agricultores, vigilarlo muy de cerca, invirtiendo más tiempo en cuidar el medioambiente, procurando lograr mejores cosechas con menos nitrógeno porque la vida misma, les repito, la vida misma, está de por medio. ¿No lo cree usted así amigo lector? Píenselo un poco. Que tenga un buen día.