16 de Octubre de 2025
 

EU, una potencia que cada vez más parece una autocracia

 

 

  • De la mano de Donald Trump, el país marca la agenda mundial, pero con una democracia fisurada y con temores crecientes por el poder que acumula

 

EL UNIVERSAL

Miami.— En Washington, la segunda presidencia de Donald Trump se vive como un regreso a la confrontación. El discurso de “Estados Unidos primero” vuelve a marcar la agenda, pero esta vez el eco es distinto: Estados Unidos no es el mismo que en 2016. La democracia se sostiene, aunque con fisuras muy visibles y el mundo observa cómo la potencia que alguna vez dictaba las reglas del mundo ahora parece debatirse entre reafirmar su liderazgo o encerrarse en sí misma.

Las instituciones, que durante décadas fueron el orgullo del sistema estadounidense, atraviesan un desgaste palpable. La Corte Suprema amplió en 2024 la inmunidad presidencial para actos “oficiales”, un fallo que, según el Brennan Center for Justice, “reduce la capacidad de los contrapesos para frenar abusos de poder”.

En la calle, la percepción es más grave. “El presidente [Trump] tiene más poder que nunca y nosotros menos, cada día, voz”, dice a EL UNIVERSAL Mark Cortés, pasante de leyes de la Universidad de California en Los Ángeles. Esa sensación se mezcla con un Congreso dividido y polarizado y una burocracia cada vez más sensible a la crítica política.

“Estados Unidos atraviesa una crisis de estrés democrático”, define el politólogo Pablo Salas a este medio: “No se trata de que exista una suspensión de elecciones o del cierre de medios [de comunicación], pero sí de un deterioro sostenido en prácticas y equilibrios del poder político”, asegura. El politólogo señala que, a mayor concentración de decisiones en el Ejecutivo, los contrapesos administrativos se ven más debilitados, un uso más agresivo del aparato de seguridad interna y un entorno más áspero para el trabajo periodístico. Los principales índices internacionales siguen clasificando al país como “libre”, pero con advertencias explícitas sobre retrocesos.

El punto de quiebre para varios analistas fue el administrativo, a partir del 20 de enero: “Ese primer día de regreso a la presidencia, Trump en la Casa Blanca reinstaló la antigua Schedule F, que él mismo rebautizó como Schedule Policy Career, para reclasificar miles de puestos y poder correrlos sin problema legal”, explica Salas. El resultado práctico es una burocracia más expuesta a la lealtad política presidencial y menos anclada en criterios de mérito.

El golpe a los órganos de control internos completó el cuadro. A inicios de año, el presidente removió en bloque a inspectores generales, sin el aviso y la justificación que exige la ley. Recientemente una jueza federal declaró ilegales esos ceses, pero evitó ordenar su reinstalación inmediata.

Además, la expansión del uso de fuerzas políticas en el plano doméstico de Estados Unidos encendió otra alarma. En Los Ángeles, California, el bastión más importante del Partido Demócrata, el gobierno federalizó y desplegó la Guardia Nacional, así como infantes de Marina, para controlar protestas contra redadas migratorias. El gobernador de California, Gavin Newsom, demandó por violaciones a la Ley Posse Comitatus y un tribunal consideró ilegal parte del despliegue.

La inmigración se ha convertido en política pública y en herramienta de la agenda política de Trump. Operativos de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), filtros reforzados en Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) y órdenes que endurecen prioridades administrativas tienen efectos inmediatos: ausentismo por miedo en comunidades, rotación de plantillas y retrasos en sectores intensivos en mano de obra. La agricultura, construcción, hotelería y cuidados son los primeros en sentir el golpe.

En Washington, DC, la Casa Blanca declaró una supuesta “emergencia del crimen”: asumió durante un mes, lo que permite la ley, el mando de la policía local y mantuvo tropas en la ciudad. Esas decisiones “tensan los límites tradicionales entre seguridad nacional y orden público”, comenta Cortés.

El frente de libertades públicas también se estrechó. El 22 de septiembre, la Casa Blanca firmó una orden que “designa” a Antifa como organización terrorista doméstica. Expertos en derecho penal y terrorismo advierten que el marco federal no contempla lista de grupos internos equiparable a la de organizaciones extranjeras: “Esta figura legal queda como una directiva política para orientar investigaciones y persecuciones, con el riesgo de criminalizar protesta y activismo contra el gobierno”, dice Salas.

En paralelo, el Pentágono impuso nuevas condiciones de acceso a periodistas: para mantener credenciales en Defensa, los reporteros deben aceptar no publicar información “no autorizada”, incluso si no es clasificada, bajo amenaza de veto. Grandes redacciones y organizaciones de libertad de prensa lo describen como un golpe a la transparencia incompatible con la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense. El clima de amenazas se completa con litigaciones represivas desde la cúspide del poder.

Freedom in the World 2025 mantiene a Estados Unidos como “Libre” con 84/100, pero señala retrocesos y urge a reforzar el Estado de derecho y los controles y contrapesos. V-Dem (Varieties of Democracy) colocó a Estados Unidos en su watchlist con un recuadro explícito que dice: USA: A Democratic Breakdown in the Making? (EU: ¿Un colapso democrático en ciernes?), enumera la purga de inspectores, presiones a la justicia, hostilidad a la prensa, despliegues internos de fuerza y señales de ensanchamiento del Poder Ejecutivo como rasgo de autocratización acelerada.

El mapa aún no acepta la etiqueta de autocracia. Los tribunales siguen frenando medidas, los estados litigan y ganan, los medios investigan y obtienen información y el sistema electoral se mantiene operativo, “pero la tendencia es importante, si la burocracia se vuelve rehén de la política, si la supervisión interna pierde lugares, si el uso de tropas en casa se normaliza y si la prensa trabaja bajo amenazas administrativas o demandas millonarias, la democracia deja de ser un límite efectivo y pasa a ser un marco más estrecho dedicado a un solo hombre”, explica el politólogo.

La economía estadounidense, que en cifras globales sigue siendo la más grande del mundo, se siente frágil en la vida cotidiana. El PIB creció 2.8% en 2024 y el desempleo ronda 4.1%, pero la inflación, en 2.9%, erosiona salarios y confianza: “Los números macro dicen que estamos bien; en el supermercado no se siente así”, comenta a este medio Sarah López, enfermera en El Paso, Texas.

El déficit fiscal añade otra capa de incertidumbre. Con una deuda pública que supera 120% del PIB y un déficit de más de 6%, la Oficina Presupuestaria del Congreso advierte que el margen de maniobra es estrecho: “Estados Unidos tiene menos espacio para responder a una recesión que en 2008”, señala Douglas Holtz-Eakin, exdirector de la CBO.

Los aranceles comienzan a hacer ruido en la economía; afectan a sectores como el acero, semiconductores, medicamentos y alimentos procesados, por mencionar algunos. Según datos del U.S. Chamber of Commerce, los aranceles generan un aumento promedio de 7% en costos de producción para pequeñas y medianas empresas de Estados Unidos.

La salud pública refleja las cicatrices de una sociedad cansada. Gallup estima que 47.8 millones de adultos sufren depresión y que uno de cada cinco estadounidenses se siente solo de manera crónica. El sistema sanitario, caro y fragmentado, sigue siendo un campo de batalla político. El déficit federal continúa elevado y la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por sus siglas en inglés) proyecta necesidades de financiamiento cuantiosas en 2026.

Ante toda esta realidad que se vive día a día en la Unión Americana, hay un país que observa y avanza silenciosamente: China. La ventaja industrial de Beijing en vehículos eléctricos (EV, por sus siglas en inglés), baterías y producción de chips no es un dato aislado, se trata de un sistema económica bien definido.

Europa intenta contener el golpe con derechos compensatorios a los EV chinos y un litigio activo en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Richard Haass, expresidente del Council on Foreign Relations, comentó: “Estados Unidos ya no es el ancla confiable en un mundo volátil. Nuestra situación política doméstica no sólo es algo que otros no desean emular, sino que ha introducido un grado de impredecibilidad y una falta de confiabilidad que es verdaderamente venenosa”.


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