Cuantas veces en la vida no nos hemos frustrado porque algunas de las cosas que nos benefician y simplifican nuestra existencia, de repente cambian de forma drástica y radicalmente de dirección, y cuantas veces una vez más adoptamos el mismo patrón de conducta, preocupación y pensamiento. Como si la experiencia adquirida en las primeras ocasiones de cambio de nada nos hayan servido.
¿Es qué invariablemente vamos a seguir adoptando esa actitud negativa a pesar de las constantes desavenencias que a menudo suceden? o ¿es qué acaso no nos darnos cuenta que nada es estático? Todo, absolutamente todo, se mueve. Nada permanece estático, todo debe cambiar para la salud física, mental y espiritual de todos. La resistencia al cambio es inevitable y desconcierta la gran cantidad de formas que adopta en nuestra vida; sin embargo, es importante y necesario que aprendamos a aceptar los cambios que acontecen a lo largo de nuestra existencia, de lo contrario, nos volveremos personas de pensamiento cerrado, amargado, frustrado y carentes de autoestima. Valoremos lo que tenemos y lo que acontece a nuestro alrededor, así percibiremos con mayor claridad y seguridad las ventajas que pueden surgir de un cambio inesperado y repentino, cualquiera que sea su magnitud. La vida es como una balanza, a veces estamos arriba, insolentes, soberbios y viles; otras veces estamos abajo, humildes y abyectos o abatidos y humillados, pero jamás perdamos de vista que toda causa tiene un efecto. Aprendamos de nuestros errores porque de ellos es de donde surge la experiencia que nos capacita y moldea. Hace tiempo comentaba con un buen amigo, gran masón, por cierto, que tal vez no importan tanto las “muletas de fe” en las que nos apoyemos, sino que no la perdamos nunca para alentar y continuar con esperanza en la vida. A nosotros nos tocó vivir en el occidente (oeste) del planeta, y a la mayoría nos han inculcado el conocimiento de la Biblia, de Jesús, de María, y de muchos Santos, todos creados por el hombre; a diferencia de los orientales (este), que apoyan su fe en el Corán, el Budismo, el Hinduismo, Mahoma, Buda, qué sé yo. También, todos creados por el hombre mismo. No obstante, es innegable que el motor que mueve todo ello es una fuerza, una energía purificadora, creadora, regeneradora, vivificadora, revitalizante, que nace y fluye en nosotros. Dios mismo, a falta de un nombre ideal que no conocemos y que muchos han buscado con fervor. Lo verdaderamente importante es la fe y la esperanza que existe en mi como en cada uno de nosotros que, sin meterme tanto en complicaciones teológicas y doctrinales, nos alienta a conservar verdaderos y diversos valores morales, sentimientos, que conllevan a generar pensamientos y acciones honestas de caridad y misericordia por todos aquellos hermanos en desgracia que sufren y requieren de nuestra ayuda mutua y recíproca. Porque todos necesitamos de todos. Y les comento esto porque los cambios de cualquier índole y magnitud, al ser muchas veces inciertos e inesperados, tienen mucho que ver con la fe v la esperanza nuestra, en que el mundo en que nos desenvolvemos cambie para beneficio de todos, y no de unos cuantos, como en la inmensa mayoría de las veces siempre sucede. O, ¿apoco no?
Dejemos de sentir temor a lo desconocido. Existen innumerables situaciones que no están en nuestras manos cambiarlas, forman parte del ajetreado y dinámico devenir de nuestra vida, y debemos aprender a aceptar los cambios existenciales con cordura y mesura. No dejemos vencernos por ellos, ni estancarnos en ninguna etapa especifica. Sigamos siempre adelante, no detengamos el paso y procuremos formar parte de innumerables cambios significativos y trascendentales en nuestra vida y en la de los demás, sólo para un beneficio mutuo y reciproco. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.