Ahora que el auge del entretenimiento electrónico es el alarido de la moda y que puede acompañarnos prácticamente a todas partes, la soledad es un placer ya casi extinto. Sin embargo, si no de Dios, ¿acaso no estamos tomando en préstamo el planeta de las generaciones venideras?, y de ser así, ¿no deberíamos entregárselos en condiciones habitables? Somos una sociedad indiferente, de moral distraída y de profundo valemadrismo en casi todo.
Ninguna filosofía o forma de pensamiento entraría en controversia en este sentido, excepto por el cambiante concepto de qué es lo que se entiende por habitable. Si nosotros mismos nos consideramos no sólo superiores, sino dueños absolutos de cualquier otra forma de vida que exista sobre la faz de la tierra y las profundidades de los mares y los ríos. Si a la gente simplemente ya no le interesa, más allá de cálculos culinarios, cuántos peces silvestres quedan en el agua, cuántas cadenas de montañas sin caminos ni casas incrustadas en ellas quedan, ni cuándo dejarán de haber campos cubiertos de flores o aves en los prados; entonces, los pocos que si tenemos interés para descansar del caos perpetuo que nos concede la jungla de asfalto, tendremos tal vez que hacernos también de aparatos electrónicos de sonido envolvente para escuchar los sonidos de la naturaleza, o proyectar imágenes de páramos salvajes, tipo vídeos de cine, en las pantallas de televisión o en las computadoras que ocuparán las primeras, la pared entera, para conocer aquello que alguna vez existió sobre el planeta. Las virtualizaciones en video, correspondientes al ruido blanco que agrada a los sentidos, pueden representar un mayor éxito de ventas que el contacto mismo con la naturaleza, ya que, de hecho, muy pronto preferiremos las virtualizaciones porque simplemente no tendremos de otra. Aunque miles de personas seguirán prefiriendo la realidad, los bosques, los campos, los mares y los ríos para deambular por sus senderos y riberas, difícilmente podrán hacerlo.
Ya nos queda relativamente muy poco de naturaleza viva en el mundo y la verdad que me sorprende cuan poco nos interesa verdaderamente cuidarla y protegerla. Estamos completamente enfrascados dentro de una filosofía que arrastra vertiginosamente la economía de mercado y globalización que actualmente estamos viviendo, que apenas si nos damos cuenta del grave daño ecológico que le estamos provocando a nuestra madre tierra y del espantoso olvido en el que estamos sumiendo al suelo que pisamos, que cuando queramos disfrutarlo tendremos que recurrir dolorosamente a las virtualizaciones con un dejo de melancólica amargura y añoranza. Cuidemos y exijamos que los demás también cuiden el ambiente. Recordemos que los alimentos provienen en su totalidad del campo. Tal vez más adelante ya ni cuidándolo se pueda conservar lo que aún tenemos. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.