El primero de julio pasado, durante las celebraciones por el tercer aniversario de la creación de la Guardia Nacional, el Presidente de México confirmó su intención de enviar al Congreso una iniciativa para que esta institución se incorpore a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). En sus fundamentos, la Guardia Nacional es descrita como una institución de seguridad pública de carácter civil, dependiente de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, creada con el fin de salvaguardar la vida, bienes, seguridad y derechos de las personas, preservar la paz social y el orden público, bajo el mando del Ministerio Público, colaborando con las entidades federativas y municipios, interviniendo en seguridad pública en el ámbito local (Ley de la Guardia Nacional), conformada por civiles interesados en participar en las funciones propias de esta institución. Hoy en día, los mandos de la Guardia Nacional provienen de las Fuerzas Armadas del país, eliminando, de facto, la condición de carácter civil.
Es claro que el Ejército mexicano cuenta con la confianza de la mayor parte de los ciudadanos. Con esta base, el presidente Calderón, en su intento de hacer frente a los diferentes cárteles del crimen organizado, utilizó a las tropas para combatir el creciente dominio y poder de fuego de los capos que controlan drogas, tráfico de personas y muchos otros delitos, dentro y fuera del país. El candidato López Obrador y sus aliados criticaron esta decisión, prometieron regresar al Ejército a sus cuarteles y crear una institución bajo mandos civiles. ¡Cómo cambian las posturas cuando se llega al poder!
¿Cuál es el problema si la Guardia Nacional pasa a responder al secretario de la Defensa? Se tiene que cambiar la ley que votó el Congreso, dando por completo la responsabilidad de la seguridad federal a las Fuerzas Armadas. Muchas veces se gobierna y legisla sin visión a futuro y, si la hay, es pensando que ésta sólo existe si hay continuidad del partido que ganó la Presidencia. La separación de poderes es base fundamental del concepto de la democracia: el Ejecutivo (Presidente), Legislativo (Diputados y Senadores) y Judicial (la Suprema Corte y el sistema judicial) tienen el mismo peso específico y ninguno de ellos manda sobre el otro. Es decir, existe un sistema inherente de controles y contrapesos para evitar que el titular de cualquiera de ellos tenga deseos de preservarse en el poder o dominar a los otros dos. Ejemplos sobran en México (Juárez, Santa Anna, Díaz, Huerta y la “dictadura perfecta”, entre otros).
En 1887, Lord Acton, historiador británico, redactó la famosa frase “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Esta máxima aplica a todos aquellos que tienen una posición de poder de cualquier índole. Más allá de quién sea el Presidente o el secretario de la Defensa al momento, si se le da el poder absoluto a una posición o institución, en cualquier momento esa silla puede ser utilizada por alguien que, aún con buenas intenciones, someta a la democracia y la convierta en una dictadura; tal como sucedió en Rusia, Venezuela, Nicaragua y Cuba, por mencionar algunos ejemplos, quienes, creyendo tener la mejor forma de manejar a su país, reprimen cualquier disidencia.
Bajo esta premisa, son reprobables los señalamientos del Presidente acusando al publicista Carlos Alazraki de tener “pensamiento hitleriano”, aludiendo también a Stalin, Franco y Mussolini. Alazraki, miembro de la comunidad judía, ha sido crítico constante de López a través de su canal de YouTube, con entrevistas a diferentes personajes de la vida nacional. Es claro que López Obrador no toma a bien a sus críticos, pero todos los mexicanos tienen derecho a expresar su opinión. El desacierto de compararlo con la ideología del mayor asesino, no sólo de judíos, sino de gitanos, rusos, polacos y “no arios”, en la historia moderna es una sinrazón y un desatino monumental.
Hitler basó su poder en el control absoluto del ejército, la explotación del resentimiento de las masas, su intolerancia a la disidencia, la demagogia y el control de Alemania por un solo hombre, que quiso imponer su ideología a toda costa y en todo el mundo. Definitivamente, no es de Alazraki de quien tenemos que preocuparnos.