El demonio está dentro del lenguaje, pero no habla, aunque sabe de lo que no habla, ¿por qué?, porque en su guturalidad y estribillos hospeda a lo incomprensible: supo hablar y decir, pero ya no, pues al caer del lenguaje perdió ese saber hablar más que en neologismos, además de que ya le es imposible hablar a otros, sólo se habla a sí mismo, de sí mismo, y lo que dice es: He caído del lenguaje y ya no hay nadie en mi palabra, por lo tanto no es a ti a quien le hablo, aunque quién sabe, pues la alianza que tuvimos en el lenguaje todavía se está rompiendo y ya eres mi enemigo.
Pero, aunque el demonio no hable, sí se habla de él. Tanto de su presencia como de su expulsión, o de su exorcismo. Pero, ¿de dónde se le expulsa, si ya está caído del lenguaje? Ese exorcismo se dirige no a su eliminación, sino a su reposicionamiento como fuente de conciliación con lo posible de ser dicho, a partir del reconocimiento de un vacío o de un agujero en el lenguaje.
El demonio no aparece de la nada o de ese agujero del lenguaje, pues antes de ser terrorífico tuvo vestiduras de lo familiar y de lo placentero; sólo alcanza ese nivel de terrorífico cuando cae y se muestra como un no-absoluto, como carente de algo. Y su primera carencia se da a partir de una falla en la ilusión del saber: si antes se sabía del demonio, se le tenía ubicado, pero cuando se sabe que el demonio no existe y se rasga la ilusión de saber, es que su aparición es aterradora. No se teme a lo que existe, sino a lo que no existe, pues si no se sabe de su existencia, carecerá de sentido y de significación. Sólo quien no cree en el demonio puede sentir terror ante él.
Cuando se da el pasaje del demonio como alguien conocido y familiar, cuya presencia es espantosa, pero nada más, hacia el demonio como alguien desconocido que cuando aparece causa terror, se desata la sensación de que, si algo le falta, pues ya no es absoluto, es nuestra propia presencia, especialmente la del cuerpo, donde se resuelve el conflicto entre la carencia de sentido, la añoranza de sentido, y la sobrevivencia de los restos de sentido. Es por ello que el demonio no conversa: es pura presencia de acto, con lo que se apropia del sujeto.
Algo oculta el demonio cuando aparece, ¿qué es? Fundamentalmente es aquello que no se puede nombrar. Hay un vacío, eso que nombro agujero del lenguaje, al que ese demonio quiere llenar con la pura presencia, y que es para el sujeto una opción desgarradora: mejor que aparezca el demonio a que se revele el vacío. Es notable descubrir que, sin embargo, en ese terror al vacío que encubre el demonio está dios, pues, como dice san Juan de la Cruz, dios es “una nada, un vacío ilimitado. Hablar de Dios atribuyéndole cualidades o imágenes es no saber de Él”. Pero de esto el sujeto que está endemoniado, tampoco sabe nada. El demonio es la última defensa ante el atisbo de un vacío consustancial. El exorcismo se realiza entonces menos para expulsar al demonio del mundo del sujeto, que para colocarlo en su lugar: como obturando el vacío detrás de él. El sujeto endemoniado, por tanto, está ocupado por la ficción de lo absoluto, por ello el vacío le es ajeno.
El demonio adviene porque el placer se diluye y nos trae de regreso nuestro mundo de una forma siniestra… aunque puede suceder que reconozcamos ese mundo propio y suceda la carcajada. O se da lo siniestro o se da la carcajada. El soporte lógico es análogo entre ambas.
En lo cómico, como en lo demoniaco, sucede una rasgadura de lo que se cree que se sabe, y se da una fractura de lo absoluto imaginario. Pero la diferencia entre lo cómico y lo terrorífico radica no en que el sujeto no crea en el demonio, sino que el demonio sí crea en él a través del cuerpo del sujeto; en tanto la escena cómica nos pide que creamos en los personajes ilusorios y los personajes creen en sí mismos como personajes que representan: son los personajes los que pueden fallar y normalmente fallan en sus representaciones para provocar la risa.
Lo demoniaco es aquello que renuncia a lo ilusorio que haría de él algo cómico. Lo que en lo cómico se mantiene como ilusorio, en lo demoniaco se vuelve real. Y la ilusión requiere de testigos, y lo siniestro no requiere de testigos. Lo siniestro podría ser cómico para el sujeto, siendo siniestro para los otros; pero lo siniestro para el sujeto, podría ser cómico para los otros.
La función del exorcismo, por lo anterior, apuntaría a un rescate de lo cómico en la vida del sujeto. Cuando hay risa, hay sujeto.