Muchos saben que me apasiona la Historia, incluso cuando explico un tema, se me ha dicho que lo hago con tanta emoción, pero recuerdo muy bien a una colega historiadora decirme que yo era un historiador con alma de filósofo. Yo quería estudiar filosofía, se lo confese a mis maestros como a los mismos estudiantes de ella, pero les llamaba la atención que yo comencé a leer por mi cuenta y los buscaba para explicarles lo que había entendido y si era correcto en la forma en lo que lo estaba interpretando.
El primer filósofo que llegó a mi y sigue en mi sangre es Nietzsche. Me gustó tanto su retórica y la forma en la que adornaba al hombre con la voluntad de poder: “El hombre es algo que debe ser superado”. Me agrado tanto su crítica agria y aguda hacia el cristianismo que cuando me lanzo a criticar algo lo hago sin piedad de modo a que mi rival se sienta avergonzado, derrotado y humillado. Me ha funcionado mucho este ejercicio y lo hago porque yo espero que también se me critique sin piedad. Si bien, Nietzsche enseña que para derribar los pies de barro de esos ídolos (ideas) hay que conocer muy bien a nuestro enemigo. Usted se preguntará si en esto consiste la filosofía, pues no, ya que la filosofía es algo que a mi juicio cada filósofo interpreta y da un significado de lo que entiende porque no es lo mismo enseñar filosofía que enseñar a filosofar.
La pregunta más incómoda que les hacen a los filósofos como a los historiadores es ¿para qué sirve lo que estudias? Lo que sí puedo adelantar en que si la lógica es una rama de la filosofía esta primero debe ponerse en práctica con nosotros mismos. Espero equivocarme con lo que diré a continuación porque nunca estaré al nivel de Descartes, Hume, Kant o Bertrand Russell, pero lo que hace diferente a los filósofos de las personas comunes y corrientes es que son más hábiles en analizar sus prejuicios. Así que es muy doloroso reconocer que la mayoría de nuestras creencias son erróneas, pero también sentimos un gran alivio el ya no actuar acorde a ellas.
Por mi parte, puedo decir que la filosofía también enseña a dudar hasta de lo más obvio, es algo que les enseño a la mayoría de mis alumnos, a saber, que me digan si les gusta mi forma de enseñar Historia, pero muchos están acostumbrados a guardar silencio porque sé que muchos de sus maestros los amenazan o los esquivan. Recientemente les pregunté a un grupo de alumnos sobre su materia de filosofía, pedí que me dijeran cuál era su definición y me contestaron: “Amor a la sabiduría”.
Esa respuesta es de las más comunes que se deriva del sentido común, por lo tanto, supuse que quien les estaba dando esa materia solo lo hace por cumplir y recibir su pago. A mi me ha enseñado la filosofía a no quedarme callado, a no ser un esquirol, a no ser alguien que no es por querer ser aceptado frente a los demás y no ser excluido. Si usted repasa la Historia de la filosofía se dará cuenta que la mayoría de los grandes filósofos nunca han buscado fama, dinero o poder, la verdad es que tienen intereses más importantes que esas cosas que por lo regular al rebaño le preocupa a diario. Si usted se acerca a la filosofía se dará cuenta que ella es amiga de la ignorancia, pero enemiga de la certeza infundada: nunca ha habido verdades absolutas, el problema ha sido que las queremos imponer como absolutas.
Pero si la filosofía nos enseña a morir entonces aprendemos a olvidar la servidumbre, saber morir nos libra de toda sujeción y obligación. La filosofía siempre va a ser la tierra de nadie porque todas las cuestiones que plantea no esperan ser resueltas; no es como la teología que sus especulaciones sobre temas a los que los conocimientos exactos no han podido llegar, como la ciencia, apela más a la razón humana que a una autoridad, sea de tradición o revelación. “Todo conocimiento definido pertenece a la ciencia y todo dogma en cuanto sobrepasa el conocimiento determinado pertenece a la teología” esta definición usted la puede encontrar en la Historia de la Filosofía Occidental de Bertrand Russell.
Si bien, en todo momento la filosofía viene a nosotros porque la invocamos cuando decimos que una mujer o un objeto es bello, ahí se presenta la estética; cuando juzga una obra de arte, se ocupa de la filosofía del arte. Cuando se juzga a una persona por violar las normas sociales aparece la ética; las discusiones por elegir un mejor gobierno nos lleva a la filosofía política. Todo el mundo debería de darse un barniz de filosofía para no ser prisionero de los prejuicios que se derivan del sentido común. La filosofía nos prepara a morir, pero se han creado mitos de los cuales yo he sido señalado con uno de los más comunes, a saber, que justo en el momento de mi agonía, es decir, justo cuando este muriendo me inclinare por Dios para poder salvarme. ¿Salvarme de qué? Esto puedo usted comprobarlo en una famosa película que se llama “Dios no está muerto”, porque también se ha mal interpretado el trabajo del filósofo, al suponer que este se la pasara toda su vida discutiendo sobre si existe o no un Dios. El trabajo de los filósofos es corregir, construir o refutar fundamentos que más tarde la ciencia se ocupara de ellos: la segunda se basa en supuestos de la primera que se vuelve un círculo virtuoso.