Mahatma Ghandi decía: “Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores y tus valores se convierten en tu destino”.
El destino no es más que el resultado de nuestras decisiones personales y el contexto en el que nos desenvolvemos. Siempre habrá manera de cambiar el rumbo de nuestras vidas. Obvio hay circunstancias que sí ya predeterminan, cartas con las que debemos aprender a jugar desde nuestro nacimiento, llámense, la familia, el estatus social, el lugar de origen, etc.
Pero estas pueden ser cambiadas con nuestro ahínco y tesón. Cada uno de nosotros somos los únicos dueños de nuestro destino y éste siempre debe estar muy cercano a nuestro propósito. Son como primos hermanos, que deben mantenerse cercanos e informados, porque al ser familia, siempre el uno con el otro estará vinculados.
El destino no permite conformación. El destino es cuestión de querer. Tenemos la opción de dar lo mejor de nosotros sin importar cuál sea la situación y sus adversidades. Las cosas no siempre serán como esperamos no siempre podremos cambiarlas. Pero no lograríamos nada si no tomamos la decisión de hacer algo, y esa decisión es 100% de nosotros.
Hay causalidades y casualidades. Y aquí, aunque queramos a veces dar un toque místico a los sucesos que se nos presentan, es una realidad que no puede quedar de fuera el libre albedrío, el cual trabaja en complicidad con el instinto y la voluntad, aterrizando los hechos a nuestra propia realidad. Ser dueños de nuestro propio timón nos llevará a ejercer responsabilidades, y es ahí donde si nos detenemos a analizar hechos y circunstancias podremos adquirir aprendizaje.
Hay una película buenísima, que ya tiene sus años, de nombre “El destino tiene dos caras”, protagonizada por la bellísima Miroslava y dirigida por Agustín P. Delgado, que retrata una situación bastante común -luego de ser abandonado, un médico brillante que alguna vez fue se convierte en un alcohólico.
Luego de perder a un paciente, huye lejos escondido en un barco para olvidar su vergüenza. Así termina presenciando la muerte de un hombre muy parecido a él mismo y decide tomar su identidad para comenzar de nuevo. Pero el difunto no era un pan de Dios: de hecho, quienes lo mataron aún lo buscan, mientras su esposa e hija no atinan a comprender el cambio en su carácter- el impostor toma una identidad que no es suya y su decisión por más que parecía fácil, le acarrea cosas y situaciones impensables, pero sin duda, todo fue a raíz de su decisión de obrar en la vida de otro. Se pudo quedar como estaba, pero apuesta y eso cambia el rumbo de todo un entorno, la invito a verla, la Encuentra en YouTube.
Este es un gran ejemplo que nos puede llevar a reflexionar que hacemos para escribir nuestra historia y como afrontamos el guion de nuestra propia película.