Con solidaridad y respeto a Rocío Nahle García y Ricardo Ahued Bardahuil
Hay días para todo. Una de las muchas satisfacciones del periodismo es encontrar lectoras y lectores.
Que alguien acuda a la cita con un texto hecho la víspera, que el encuentro, por diversas razones, se vuelva habitual, es tan azaroso como mandar una botella al mar con un mensaje adentro.
No es falsa modestia, es que toca al otro decidirse a leer. Siempre tengo presente eso de: “vale la pena leer tal cosa, o tal columnista”; obligado recordatorio de que leer implica esfuerzo, al que como periodista no has de agregar el fardo de una pobre redacción o innecesaria extensión.
En ocasiones, la fortuna de tener lectoras y lectores va más allá y se materializa en diálogos cara a cara. No creo que la gente sepa lo agradable que es cuando se acercan y saludan porque, declaran, te leen.
Gracias siempre. Desde luego, el autor italiano Francesco Alberoni lo describió perfectamente: “El amigo ha de ser abierto, lleno de vida, divertido, no debe aburrir ni abrumar. La amistad debe ser fresca, ligera, incluso cuando es heroica. La amistad dice siempre, incluso delante de la muerte: no hay de qué”. Si el periodismo no sirve para encontrar lectores, entonces no tiene mucho sentido. Asumo que hay frente a estas líneas en este momento gente que lee prensa de forma comprometida.
Decía Monsiváis que Manuel Buendía confiaba en la “dimensión civil” de cada uno de sus artículos.
En otro contexto, José Ortega y Gasset señala que la única verdadera política es lo que mejora a todos. Por eso, los que creen que la educación es un ramo del presupuesto y no un factor de evolución nacional están muy confundidos. Preguntémosle a Japón. Los que suponen que la seguridad pública es un sistema de policía y no un sistema de cultura, están muy perdidos. Preguntémosle a Dinamarca. Y los que afirman que la pobreza se debe al mal reparto del dinero y no al mal reparto del poder, están muy jodidos. Preguntémosle a Afganistán.
México es un país muy complejo. Por eso, es enorme el esfuerzo que obligará al nuevo gobierno y a las nuevas generaciones para cuidar el destino de México. Pero yo aún creo en el nuevo gobierno y en las nuevas generaciones. Comprender el destino es propio del verdadero estadista, quien es visionario y puede ver lo que los demás no vemos, además de que es vidente y puede ver lo que aún no se ve.
Lo peor para una sociedad es perder el destino y no tan sólo el camino. ¿O esto ya también nos sucedió? Cuando cambia la costa, hay que cambiar el mapa. Cuando cambia el viento, hay que cambiar el vuelo. Cuando cambia el destino, hay que cambiar el camino. Pero siempre utilizando la brújula y no apostando a la adivinanza.
Por eso me surgen tres hipótesis respecto a los ciudadanos. Político gigante cambia la respuesta. Político enano cambia la pregunta. Para la teoría de la casualidad de Aristóteles, todos pueden tener razón porque todo se refieren a distinta pregunta. Pero para la teoría de la gobernabilidad de Habermas, quizá todos estemos equivocados porque todos tengamos distinta respuesta.
En la política, al final de cuentas, todos tenemos la razón. La diferencia es que algunos la tuvimos a tiempo y otros la tuvieron cuando ya no había remedio.
Es toda una tradición considerar a los personajes del mundo político como los protagonistas de las críticas, el análisis y, por supuesto, de esa agenda mirada que nos regala el humor y la ironía, dos de los motores que nos permiten hacer más llevadera la realidad. Sabemos que, desde el amanecer de la escritura como una expresión cultural de las más sofisticadas, se han encontrado indicios de la caricaturización de la que han sido objetos quienes han ejercido el poder, en cualquiera de sus rostros y alcances, a veces de manera muy abierta, en otras tantas como una expresión que se configuró a la sombra de la censura o a la persecución política o religiosa.
Lo que se debe resaltar es la labor de quienes, como un elemental ejercicio de la libertad y creatividad a través de las imágenes, de la escritura, de la teatralización, nos han regalado a personajes cuyos defectos o virtudes son proyectadas gracias al humor que despierte el sentido más hiperbólico de quién va hilando su crítica, provocando esa sonrisa que la complicidad de quienes le reconocen puede motivar. Y son numerosos los ejemplos que forman parte de nuestra cultura y que pueden considerarse como los referentes de la sensibilidad que imperaba en una época, en una sociedad.
Afortunadamente, en nuestros días este tipo de crítica sigue brindándonos extraordinarios ejemplos de análisis y caricaturizaciones de quienes hoy ocupan un lugar, por pequeño que sea, en ese deforme monstruo que es el servicio público. Sin embargo, cuando el cinismo se convierte en uno de los mecanismos más socorridos por tales personajes, la sonrisa adquiere un sesgo amargo y paradójico, pues, en muchas ocasiones, se constituyen en la imagen de su propio absurdo.
Quizá podríamos sorprendernos, luego de realizar un simple ejercicio de lectura en los diferentes medios de comunicación, de la cantidad de personajes que nos brindan ejemplos muy claros acerca de esa simbiosis tan perniciosa entre el absurdo, la egolatría y la certeza que brinda la impunidad.
En otro orden de ideas paradójicamente este momento tan complicado e incierto para el país por las decisiones políticas y comerciales de Donald Trump, para Claudia Sheinbaum es una oportunidad de afianzarse como la líder indiscutible del gobierno y de Morena. Sheinbaum convocó a una reunión en el Museo Nacional de Antropología, dónde fue recibida con aplausos y coros de “¡Mucha presidenta”! por parte de empresarios y políticos. Aunque no se puede cantar victoria de manera anticipada, porque hacerlo sería un error ante la incertidumbre que genera el perfil de veleta de Trump.
Reconocida internacionalmente por su frialdad y mesura ante la tromba que Trump anunció con la aplicación de aranceles de productos mexicanos. Con un perfil de científica más que del viejo estilo de los presidentes que le han precedido que son más emotivos que irracionales. Claudia Sheinbaum es metódica y analítica para la toma de decisiones. Durante su intervención en la explanada del Museo Nacional de Antropología e Historia, Sheinbaum detalló un conjunto de 18 programas y acciones diseñadas para consolidar el Plan México que se convierte en la plataforma y el eje de su administración.
Se trata de una estrategia económica, cuya meta es fortalecer el mercado interno y enfrentar los retos globales, incluidos las tensiones comerciales con Estados Unidos.
“El Plan México” es el camino que, estoy seguro, nos llevará a un México con más empleo bien remunerado, con menor pobreza y desigualdad, con mayor inversión y producción, con más innovación, menor contenido de carbono, que respete el medio ambiente y aumente nuestra suficiencia y soberanía. Tiene ahora la oportunidad de hacerlo en una coyuntura de crisis que bien puede aprovechar para reafirmarse en el poder. Claudia Sheinbaum Pardo, ha puesto en marcha con firmeza y profundo compromiso patriótico el Plan México, una estrategia integral orientada a fortalecer nuestro mercado interno ante un contexto global incierto marcado por nuevos aranceles y tensiones comerciales.
En este contexto, el Plan México representa una oportunidad histórica para las nuevas generaciones. No solo desde la perspectiva económica, sino también, en lo social, educativo, tecnológico y cultural abriendo paso a un México más justo, equitativo y competitivo. México se transforma con paso firme.
La economía avanza, la justicia social se fortalece y el futuro se construye con acciones concretas que abren oportunidades para todos y todas.
Hay momentos en los que el presente deja de ser rutina y se convierte en umbral. No es una coyuntura más: es una bisagra histórica. En estos momentos el péndulo de la historia no solo se mueve: golpea. Gobernar sin entender los ciclos es administrar a ciegas. Y los ciclos están ahí, frente a nosotros: la historia no avanza en línea recta, oscila como un péndulo. Va de un modelo a otro, de excesos a correcciones, de promesas que se agotan a respuestas que se radicalizan. De la apertura sin justicia a los muros. Lo grave no es el péndulo en sí. Lo grave es gobernar como si no existiera.
En este contexto, México no puede darse el lujo de la improvisación ni del cortoplacismo.
Gobernar con brújula no significa rigidez. Significa visión. Significa reconocer los límites del corto plazo. Porque el verdadero liderazgo no es el que responde más rápido, sino el que entiende más profundamente. Hoy, la brújula que se necesita no es una metáfora poética, es una exigencia práctica. No basta con administrar lo que ya no funciona. Hay que imaginar lo que puede nacer. Porque si algo nos enseña cada ciclo histórico es que la política pública que no se anticipa se vuelve reactiva. Gobernar hoy exige un compromiso con la inteligencia estructural. El futuro no lo define quién grita más fuerte, sino quién lee mejor el presente. Porque cuando el ciclo cambia, los mapas viejos dejan de guiar. Hoy más que rapidez se necesita coraje intelectual. Más que tácticas criterio. Por eso, lo esencial no es la velocidad de respuesta, sino la calidad del pensamiento con que se decide.