Piedra Imán
Manuel Zepeda Ramos
Aguas envenenadas
Morelos. Este apellido de prosapia independentista que lleva aparejado el nombre de José Manuel corresponde a quien yo considero el artista gráfico formado en la Universidad Veracruzana más destacado de la última década. Sus carteles son ya, de algunos años para acá, piezas fundamentales para la promoción de la actividad cultural de la región y su obra gráfica se podría insertar en el renglón de la crítica política en su sentido más directo, que lo convierte también en un hombre polémico que ya trasciende las fronteras nacionales.
Hace algunos años le pidieron a Morelos hacer el cartel de una reunión importante que se llevó a cabo en Xalapa. Fue una reunión sobre calentamiento global, que tanto nos preocupa a quienes nos aferramos en poder heredar a las futuras generaciones el mejor de los mundos posibles.
El cartel de Morelos fue un huevo estrellado.
La polémica, en un artista como él, no se hizo esperar. Los críticos del botepronto de inmediato brincaron, protestaron y se burlaron: Cómo era posible, dijeron, que algo tan cotidiano se volviera un asunto de interés colectivo y que, además, fuera arte. Otros más sensatos calificaron de atinada la decisión minimalista. Esos últimos seguramente supieron de la propuesta del artista Gabriel Orozco —veracruzano, xalapeño; José Manuel Morelos es Tabasqueño—, que hizo para Nueva York cuando le pidieron hacer un símbolo de la ciudad más cosmopolita de la Tierra, justamente después de la tragedia del 11 de septiembre. Gabriel propuso una manzana natural puesta en todas las ventanas posibles de la gran ciudad, que se conoce también como la gran manzana. Minimalismo puro.
Como me precio de ser cercano a Morelos —cuando menos me hace el favor de escucharme—, le dije, porque no podía dejar de hacerlo, que al huevo estrellado la faltaba algo. Me preguntó:
—¿QuÉ le falta, ingeniero?
—Osos polares luchando por flotar en la clara de la gran célula transformada por el calor, le dije. La gran tragedia, casi inmediata, del calentamiento de la tierra y que a mis hijas conmueve hasta el llanto, es que los preciosos y sanguinarios osos polares se van a ahogar con el deshielo de los polos. Las distancias se harán de gran kilometraje, lo suficiente para que estos bichos hermosos no puedan alcanzar alguna orilla, muriendo en el intento. Morelos estuvo de acuerdo.
No puedo dejar de decir que los desprendimientos cotidianos de glaciares en el polo sur que se van flotando en la inmensidad del océano y que ya son visita turística obligada de los cruceros van agregando más agua a los mares que habrán de provocar con el tiempo si no nos ponemos las pilas —¡todavía es tiempo!—, que las costas desaparezcan poco a poco, víctimas del agua deshelada por el calentamiento global.
Junto al calentamiento de la tierra, va aparejada la contaminación ambiental.
En México, me apena decirlo, somos especialistas.
Minutos antes de llegar a mi oficina para escribir este artículo mis ojos vieron cómo un chofer tiraba una bolsa de Chetos al pavimento sin el menor rubor. Si él lo hace, su familia también y allí nos vamos hasta llenar de plástico ríos y lagunas que tardan miles de años en degradarse.
Y si hacen eso quienes no tienen conciencia, los que si la deberían tener también lo hacen.
Desde estas páginas dije que si el Grupo México debía pagar por lo que hizo en Sonora con la contaminación de elementos minerales que han dejado sin agua limpia a animales racionales e irracionales y a vegetales por mucho tiempo, habría de hacerlo de inmediato. El fideicomiso de mil 500 millones de pesos para arreglar el entuerto es lo menos para una empresa mexicana de esta envergadura.
Pero ahora, los ejemplos cunden.
Han aparecido en la prensa nacional testimonios de otras minas que están haciendo lo mismo; esto es, descargando desechos servidos producto de la explotación, hacia las corrientes de agua que escurren hacia los mares y que, a su paso, van beneficiando a las regiones antes de desembocar.
Eso, envenenar el agua, es un crimen al futuro de México que radica en gran medida en su medio ambiente.
La prensa los consigna un día sí y otro también:
Mortandad de peces en embalses que son explotados por cooperativas de pescadores que han perdido todo porque además de la destrucción lamentable de los cardúmenes, los pocos peces que quedan están contaminados hasta el cogote convirtiéndolos en no aptos para el consumo humano porque tienen cianuro en sus entrañas.
Escasez de agua para el consumo humano en ríos contaminados por mineras irresponsables que dejan a miles de familias sin acceso al líquido fundamental para la vida. Los que se atreven al menos a bañarse en esas aguas se les quema la piel, en el mejor de los casos.
Urge tomar medidas inmediatas.
Ríos contaminados por estupideces e irresponsabilidades humanas no pueden tener cabida en un país del siglo XXI.
Sin agua no hay vida. Urge frenar cuanto antes ese flagelo.
Habrá que preguntarle a José Manuel Morelos qué imagen sugiere para la propaganda.
Debemos empezar ya.