“Un joven fue a solicitar un puesto ejecutivo importante a una gran empresa. Pasó la entrevista inicial e iba a conocer al Director General para la entrevista final. El Director revisó su Curriculum Vitae antes de recibirlo, era excelente y a continuación, ya en su despacho le preguntó si había recibido alguna beca en su escuela, a lo que el joven le respondió que no. Entonces el Director le preguntó si había sido su padre quien pagó sus estudios y el joven le respondió que sí. Por último le preguntó en qué trabaja tu padre y el joven respondió haciendo trabajos de herrería. En aquel momento el Director pidió al joven le mostrara sus manos, este se las mostró y estaban limpias, suaves y perfectas.
– ¿Alguna vez has ayudado a tu padre en su trabajo? –Nunca, mis padres siempre quisieron que estudiara y leyera más libros. Además él puede hacer esas tareas mejor que yo. El Director le dijo, –Tengo una petición para ti. Cuando vayas a casa hoy, ve y lava las manos de tu padre, y luego ven a verme mañana por la mañana. El joven sintió que su oportunidad de conseguir el empleo era alta. Cuando el joven regresó a su casa le pidió a su padre que le permitiera lavar sus manos. Su padre se sintió extraño, feliz pero con sentimientos encontrados y mostró sus manos a su hijo. El joven lavó las manos poco a poco. Era la primera vez que se daba cuenta que las manos de su padre estaban arrugadas y tenían tantas cicatrices. Algunos hematomas eran tan dolorosos que su piel se estremeció cuando él la tocó. Esta vez fue la primera vez que el joven se dio cuenta de lo que significaban ese par de manos que trabajaban todos los días para poder pagar su estudios. Los moretones en las manos eran el precio que tuvo que pagar por su educación, sus actividades de la escuela y su futuro. Después de limpiar las manos de su padre, el joven se puso en silencio a ordenar y limpiar el taller. Esa noche padre e hijo hablaron durante un largo tiempo. A la mañana siguiente el joven fue a la oficina del Director. El director se dio cuenta de las lágrimas en los ojos del joven cuando le preguntó, – ¿Puedes decirme que has hecho y aprendido ayer en tu casa? El joven respondió, –lavé las manos de mi padre y también terminé de asear y acomodar su taller. Ahora sé lo que es apreciar, reconocer. Sin mis padres, yo no sería quien soy hoy. Al ayudar a mi padre ahora me doy cuenta de lo difícil y duro que es conseguir hacer algo por mi cuenta. He llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia. El Director le dijo, –Esto es lo que yo busco en mi gente. Quiero contratar a una persona que pueda apreciar la ayuda de los demás, una persona que conoce los sufrimientos de los demás para hacer las cosas, y una persona que no ponga el dinero como su única meta en la vida. Estás contratado”.
Un niño, un joven que ha sido protegido con actitud permisiva y habitualmente se le ha dado lo que él quiere, desarrolla una mentalidad de “tengo derecho” y siempre se pone a sí mismo en primer lugar. Ignoraría los esfuerzos de sus padres y estaría al borde del muy sonado Síndrome del Emperador. Si es usted de este tipo de padres protectores, permisivos, alcahuetes. Pregúntese esto. ¿Realmente está demostrando su amor o está destruyendo a sus hijos? Puede dar a su hijo una casa grande, un automóvil, buena comida, clases de lo que se le venga en gana, tener una gran pantalla de televisión en su habitación, y muchas otras cosas más. Pero cuando esté usted lavando el piso o pintando una pared, cualquier tarea doméstica, por favor haga que él también lo experimente. Después de comer, que lave sus platos junto con sus hermanos. No porque no tenga dinero para contratar quien lo haga, sino porque quiere usted amarlos de la manera correcta. No importa cuán rico sea, lo que debe demostrarles es que entiendan que nada en la vida es fácil. Algún día su pelo tendrá canas, igual que la madre de ese joven. Lo más importante es que sus hijos aprendan a valorar el esfuerzo y aprecie la experiencia de la dificultad para conseguir las cosas y aprenda la maravillosa habilidad de trabajar con los demás para conseguirlas. Mientras más profundas sean las raíces que usted logre procurar en él, con mayor valor, experiencia y energía, podrá soportar los embates que en un futuro le depare el destino. No sea alcahuete con sus hijos; o mejor, para que no se oiga tan feo por aquello de que los eufemismos están de moda. No sea demasiado permisivo con ellos. Piénselo un poco. Gracias a mi amigo el Valuador Ernesto Everardo Rivera Laguna por poner esta historia anónima en mis manos. ¡Qué tenga un buen día!
Luis Humberto.