“Hace mucho tiempo en un pueblo muy lejano había una pareja muy feliz, la joven era la más linda que podía existir, la más bella de aquel lugar; cuando de pronto ella fue a visitar al doctor y después de ello empezó a evitar a su novio. A la semana ella lo llamó y le dijo que el doctor le había diagnosticado una rara enfermedad en la piel y que la cara se le estaba deformando y estaba a tal punto, que daba asco.
Al poco tiempo el novio la llamó y le dijo que había ido al doctor y que este había dicho que estaba perdiendo muy rápidamente la vista, y que la necesitaba. Ella aceptó ya que él no la iba a poder ver. Pasó el tiempo y ellos eran la pareja más feliz del mundo; los dos envejecieron y ella murió primero, todos decían: "pobre, el esposo está ciego y la necesitaba". En el velorio el esposo llegó como si nada y un amigo le pregunta – ¿no que estabas ciego?" y él le responde –No, nunca lo estuve pero si no le decía eso, ella nunca iba a aceptar casarse conmigo, y yo la amo”.
A las personas se les mide por lo que está en su corazón y no por su exterior. Por la fortaleza de su espíritu y no por las apariencias. Desafortunadamente muy pocas veces nos fijamos en eso. Somos demasiado exigentes y egoístas cuando de elegir una pareja se trata. No siempre resulta lo que buscamos pero tratamos de que el aspecto físico sea el más importante de los factores que tomamos en cuenta para elegir una novia. El corazón se ablanda con el tiempo, pensamos así, y también, a veces esto resulta pero con muchas consecuencias desagradables en el trayecto de la vida que compartimos juntos con nuestra pareja. Sin embargo, cuando también amamos a una persona por sus valores espirituales, más que por su apariencia física, siempre se manifiestan en nuestra mente algunas influencias que procuran alguna especie de rechazo hacia nuestra pareja. De cualquier manera, lo más aconsejable es pensar y sentir verdaderamente que nuestro cuerpo es sólo nuestra envoltura, nuestra apariencia necesaria para existir en este mundo material y materializado por nosotros mismos. No somos lo que vemos en el espejo sino alguien más que trasciende por nuestros actos, por nuestros valores.
Cuando entré por primera vez a un salón de clases en el que iba a cursar el primer semestre de mi carrera profesional, yo y mis compañeros encontramos a un señor de baja estatura, moreno, de rasgos indígenas y ya con canas; ataviado con una chamarra de mezclilla no sé si lavada o desgastada por su uso, un pantalón lustroso de tantas planchadas y unos zapatos viejos y sucios. Todos pensábamos que tal vez se trataba de un intendente. Cuando se presentó con nosotros y nos dijo que era nuestro maestro de matemáticas I; que era físico-matemático y con una maestría en economía y un doctorado en comercio internacional, todos nos miramos unos a otros quedándonos pasmados y con la boca abierta. No dejemos jamás llevarnos por las apariencias porque esas engañan. Seamos sanos, cultos y libres de prejuicios porque son miserables ruines y mezquinos. No rechacemos nunca a la gente, pues todas tienen su propia historia, y sea que nos parezca buena o mala merecen nuestro respeto. De todos tenemos mucho que aprender y compartir. Piénselo un poco. Que tenga un buen día.
Luis Humberto