Para entender mejor la importancia de la celebración del nacimiento de Jesús, podemos considerar algunas ideas que nos lleven a su mayor conocimiento. Partimos de una visión evolutiva del mundo: esto implica una unión de espíritu y materia que se debe al origen común de ambos, en el mismo principio creador. Dios es el creador único de la materia y del espíritu, de tal manera que la materia no puede ser una realidad completamente dispar del espíritu.
Adicionalmente, debemos considerar que en el hombre, el cuerpo y el alma son también una misma realidad creada por Dios en ese misterio maravilloso donde nos hace copartícipes de esa creación. Es decir, que el alma y el cuerpo forman una misma y sola persona, creada por él con la participación íntima de nosotros como papás de la nueva criatura. Podemos decir que el bebé no queda apartado del impulso creador de Dios, sino que existe lo que los teólogos han llamado “creatio continua de Dios”, como centro y culmen de la creación. Esta presencia constante de Dios en el crecimiento de las personas es lo que también llamamos “gracia”. Es decir que la Gracia de Dios es la fuerza vital que nos hace crecer constantemente, para que vayamos realizando todas nuestras potencialidades al ir desarrollándonos como personas. Esto quiere decir que Dios no sólo es el fundamento originario del mundo y de su historia (punto alfa), o solamente el punto final al que todos tendemos (punto omega). Es además mediante su “gracia”, entendida como la fuerza de la vida misma que permanentemente nos comunica por su creación continua, la causa casi formal y no solo la causa eficiente de nosotros. Dios es no sólo el creador, sino la realidad de la consumación del mundo, el constructor del reino de Dios, a que nos ha invitado Jesús. Este proceso divinizador del mundo es la “Historia de Salvación”. Dios ha actuado desde siempre divinizando a la creación, pero en un movimiento cada vez de mayor plenitud ocurre la “encarnación”. Por eso, se habla de que la llegada de Jesús es lo que decimos la “plenitud de los tiempos”. Esta “encarnación” de Dios se realiza en Jesús, por lo cual en el credo expresamos “por nosotros y por nuestra salvación”. Y en nosotros, como “cuerpo místico” se va llevando a la plenitud escatológica esa divinización de la creación. Pero esto debemos concebirlo como un acontecimiento histórico que va realizándose en el tiempo, que todavía no está acabado, que es irreversible y a la vez lleno de esperanza, fortalecido permanentemente por el amor que cada uno de nosotros aportamos a la creación y desarrollo del mundo, mediante la “gracia”, como don permanente de Dios a través de Jesús de Nazareth, muerto y resucitado, cabeza de este cuerpo místico al que nos ha incorporado. Nos hace partícipes de lo más trascendente, nos hace partícipes de la vida, de la gracia, de la plenitud, del amor.
Sirvan estas excelentes reflexiones de Luis Fernández Godard para fortalecer la importancia del misterio de la encarnación de Dios, y para comprometernos con mayor gozo en la colaboración de cada uno de nosotros a la construcción histórica del Reino de Dios. Seamos tolerantes, prudentes, pacíficos, caritativos, misericordiosos, inteligentes, rectos, filantrópicos y sobre todas las cosas, amigos verdaderos de nuestros semejantes, sin mentiras, sin caretas de hipocresía. No cuesta nada, es gratis. ¿No lo cree usted así amigo lector? Piénselo un poco. Que tenga un buen día,
Luis Humberto