La papaya
– ¡Ahí viene la papaya! “¡Súbale, súbale, súbale vámonooos!”. Quién no recuerda la famosa papaya de don Sirenio en las paradas del transporte urbano local. Don Sirenio Caracas Dionisio fue un hombre bueno, honesto y muy trabajador a quien yo quise mucho, pues en incontables aspectos fue como un padre para mí. Se unió a mi madre cuando yo tenía como cuatro o cinco años tal vez, eso no lo podría asegurar, pero si su cariño para conmigo.
Don Sirenio manejaba un viejo camión de pasajeros verde que desentonaba con los camiones rojos del Servicio Urbano Martínez-Independencia de antaño. Un poco más tarde vendió esa unidad para comprar una de modelo más reciente. Trabajaba en el sector del autotransporte urbano local, pugnando, insistiendo siempre en abrir nuevas rutas y laborar así de manera independiente. Fue un hombre inquieto, trabajador y con muchos pero muchos deseos de progresar. Como a principios de la década de los setenta prestó sus servicios temporalmente con su unidad a las congregaciones de Arroyo Fierro, Arroyo Negro, Loma de las Flores, Pompeya y Almanza, pero a pesar que buscó con ahínco y tesón lograr los permisos para laborar esas rutas nunca los consiguió, ya desde entonces había muchas trabas más que requisitos que él solo no podía sortear. Solo consiguió obtener, después de muchas vueltas a la ciudad de Xalapa, la concesión de la ruta de las comunidades Ixtacuaco, San Pedro Tlapacoyan y Javier Rojo Gómez, congregaciones del vecino municipio de Tlapacoyan, Veracruz. Ruta a la que dio servicio por muchos, muchos años hasta finales de los noventa, siendo el primero en explotarla, comunicándolas diariamente con Martínez de la Torre y participando activa y continuamente en la restauración constante de las brechas de acceso a esas comunidades. En sus ratos de esparcimiento gustaba de hacer ejercicio practicando rutinas de fisicoculturismo, usando unas pesas que alguna vez compró de uso y otras caseras que se fabricó con un tramo de tubo y dos latas de aceite automotriz, de esas que usaban antaño para almacenarlo y que vendían en las refaccionarias, mismas que rellenó con cemento para endurecer el tubo que las unía. Tenía en el patio de la casa un gran espejo para observar sus rutinas, una banca de madera para abdominales hechiza y un par de ladrillos amarrados con una reata delgada de henequén, unidos al otro extremo con un tramo de palo de escoba; este artefacto lo utilizaba para hacer ejercicio, enrollando y desenrollándolo con los brazos extendidos hacia adelante. Era muy ingenioso. También participaba anualmente en las tradicionales carreras de relevos de antorcha que se hacían en peregrinación a la basílica de la virgen de Guadalupe en la Ciudad de México, para regresar a la Iglesia de Villa Independencia erigida también en honor de la Virgen de Guadalupe. Así mismo me contaba que alguna vez fue luchador amateur en esta región.
Los colores que distinguieron al autobús de don Sirenio emulaban a los de una vieja línea de autobuses de la ciudad de Puebla de los Ángeles, mismos que en el pueblo del Martínez de la Torre de ayer le hicieron ganarse al camión el mote de “la papaya”. Era amarillo pálido en su totalidad, con el toldo azul celeste y una franja roja bajo las ventanillas a todo lo largo de ambos lados de la unidad. En ese camión aprendí a manejar siendo apenas un crío. Don Sirenio partió de nuestras vidas a los pocos años después que mi madre me enviara a estudiar segundo de secundaria al ya olvidado Colegio del Lencero en la ciudad de Xalapa de Enríquez, Veracruz. Don Sirenio falleció unos dos o tres años antes que mi madre y alguna que otra vez lo saludé por la calle antes de mi accidente. Tan solo por evocar a todo un personaje urbano del Martínez de ayer. ¡Que tenga un buen día!
Luis Humberto.