La historia de la taza
Y la taza contó su historia. –Usted debe saber que yo no siempre he sido la hermosa y delicada taza que soy hoy en día. Hace mucho tiempo era solo un poco de barro. Pero un artesano me tomó entre sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y le grité: ¡Por favor, ya déjeme en paz! Pero él solo me sonrió y me dijo: Aguanta un poco más, todavía no es tiempo. Después me puso en un horno. ¡Nunca había sentido tanto calor! Toqué a la puerta del horno y a través de la ventanilla pude leer sus labios que me decían: “Aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso en un estante. Pero, apenas me había refrescado, me comenzó a raspar y a lijar. No se cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba a abajo. Por último me aplicó meticulosamente varias pinturas. Sentía que me ahogaba. “Por favor déjame en paz”, le gritaba a mi artesano; pero él solo me decía: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Al fin, cuando pensé que había terminado aquello, me metió en otro horno, mucho más caliente que el primero. Ahora si pensé que terminaba con mi vida. Le rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que me sacara, que si se había vuelto loco. Grité, lloré; pero mi artesano solo me decía: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”. Me pregunté entonces si había esperanza. Si lograría sobrevivir a aquellos tratos y abandonos. Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Fue entonces que se abrió la puerta y mi artesano me tomó cariñosamente y me llevó a un lugar muy diferente. Era precioso. Allí todas las tazas eran maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían como solo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo cuando descubrí que estaba en una fina tienda y ante mí había un espejo. Una de esas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo! Mi artesano entonces me dijo: “Yo sé que sufriste al ser moldeada por mis manos, pero mira tu hermosa figura. Sé que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, sé que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia. Y la pintura te provocaba náuseas, pero contempla ahora tu hermosura. Y, ¿si te hubiera dejado como estabas? ¡Ahora eres una obra terminada! ¡Lo que imaginé cuando te comencé a formar!”.
La vieja pero interesante bella fábula de autor anónimo nos enseña que nosotros somos como una tacita en las manos del mejor alfarero: Dios. Confié siempre en sus amorosas manos aunque muchas veces no comprenda por qué Él permite su sufrimiento. Comprenda, en los momentos difíciles, que hay un propósito para que eso ocurra, y que saldrá brillante y renovado de todas las pruebas. Nadie que no haya iniciado una batalla para salir adelante, sabe del dolor, angustia, sufrimiento y tropiezos que cuesta brillar. Nadie que no se haya caído nunca, sabrá lo que es el éxito. Quizá para llegar a ser quien es usted, ha pasado por muchas otras personalidades, distintas formas de ser que con los golpes de la vida le han forjado su personalidad actual. Si no se anima, si no se avienta a realizar sus sueños y cumplir sus metas, puede que no llegue a ser la grandiosa persona que podría ser. Y si ya lo es, le felicito sinceramente. No lo piense, hágalo, decídase. Que tenga un buen día.
Luis Humberto.